La especulación que se ha dado en estos años nos ha sumido en una crisis de la cuál necesitamos salir urgentemente.
Por: Carlos Julio Díaz Lotero
En el preámbulo de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, año 1919, se lee:
“Considerando que si cualquier nación no adoptare un régimen de trabajo realmente humano, esta omisión constituiría un obstáculo a los esfuerzos de otras naciones que deseen mejorar la suerte de los trabajadores en sus propios países”.
Es clara la alusión a una de las estrategias de competitividad utilizada por el capitalismo liberal basada en la precarización del trabajo, técnicamente conocida como el “dumping social de mano de obra barata”.
La OIT surge para contener esta política de competitividad, que hoy la CEPAL denomina espuria, estableciendo unos mínimos laborales y sociales que deben asumir las naciones, los cuales se concretan en los Convenios Internacionales de la OIT.
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La otra estrategia de competitividad utilizada en las economías basadas en el “libre cambio”, bajo el predominio de las llamadas “fuerzas del mercado”, son las devaluaciones de las monedas. Para evitar estas devaluaciones competitivas, en la conferencia monetaria de Bretton Woods realizada en 1944 se acordó poner fin al patrón oro y establecer un nuevo sistema monetario llamado Gold Exchange Stándar, basado en reservas de oro y algunas monedas como el dólar y la libra esterlina, convertibles en oro al precio fijo de 35 dólares la onza troy. Adicionalmente, cada moneda establecería su paridad con el dólar de acuerdo con el oro o el tipo de cambio. De esta manera se garantizaba un sistema de cambios estable, o de paridades fijas, para que las inversiones se realizaran a largo plazo y en sectores productivos que necesitaban certezas en sus tasas de retorno.
Argumentando supuestos ataques especulativos contra el dólar, el 15 de agosto de 1971 el presidente Richard Nixon puso fin al sistema de Bretton Woods, con un desafortunado discurso en el que anunciaba tres medidas:
- El dólar se desacoplaba del oro y por tanto no podía canjearse por éste.
- El sistema monetario de paridades fijas se reemplazaría por un sistema monetario de tasas de cambio flotantes.
- Se establecía una congelación temporal de salarios y precios en EE.UU, inaugurando las políticas de austeridad del FMI para el pago de deudas infladas de manera deliberada, por medio del saqueo de la economía productiva y de la reducción de las condiciones laborales y sociales de los trabajadores.
Esta trágica decisión daría origen a una burbuja especulativa que, como un cáncer que hace metástasis, en los últimos 50 años ha venido devorando el tejido productivo y socio–laboral de las economías occidentales. Según datos del Banco de liquidaciones Internacionales de Suiza, esta burbuja ya bordea los US$2.000 billones, mientras el PIB global no supera los US$100 billones.
La acción combinada de las políticas especulativas y de ajustes fiscales se han restablecido sobre las estrategias de competitividad basadas en la esclavitud laboral y las manipulaciones cambiarias. El trabajo se ha precarizado, el empleo productivo viene desapareciendo, los salarios han colapsado, el desempleo se ha disparado a niveles espeluznantes, la informalidad laboral supera el empleo formal, la seguridad social se ha mercantilizado y las políticas sanitarias crecen en deterioro.
Por otra parte, el sistema financiero está totalmente desconectado de la economía productiva, totalmente dependiente y al servicio de las actividades especulativas, del narcotráfico y de la criminalidad.
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Al cumplirse 50 años de la desaparición del sistema monetario de paridades fijas este 15 de agosto, es pertinente reflexionar sobre el impacto que ésta decisión tuvo sobre nuestras vidas, con el fin de cambiar de rumbo antes de que nos sumerjamos de manera inevitable en una nueva “Era de tinieblas”, solo comparable con la pandemia de la peste negra del siglo XIV que arrasó a toda Europa.
El director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, David Beasley, advirtió que el mundo enfrenta una catástrofe humanitaria, cuando señaló que la hambruna impulsada por los conflictos y alimentada por las crisis climáticas y la pandemia de COVID-19, “está llamando a la puerta de millones de familias”.
Hoy nos encontramos bajo control de la burbuja especulativa más grande y prolongada en la historia de la humanidad, que nos ha llevado a un colapso económico, social, laboral y sanitario sin precedentes; que nos tiene en una crisis existencial como nunca habíamos tenido, a causa de una pandemia que sigue sin control, de la hambruna que anuncia el Programa Mundial de Alimentos, los conflictos armados y las amenazas globales de guerra entre las principales potencias nucleares.
Si bien es verdad que la OIT se sostiene, en los últimos años ha venido perdiendo protagonismo por la ofensiva de los empresarios y la tecnocracia neoliberal contra el sistema de control normativo de esta organización multilateral, y contra los derechos de libertad sindical, en particular contra el derecho a la huelga. En países como Colombia, los Convenios de OIT no se respetan y las recomendaciones de este organismo no se acatan.
En las agendas de los gobiernos de la mayoría de los países deben darse con urgencia las discusiones sobre una nueva arquitectura financiera y económica, sobre el rediseño de una nueva arquitectura de seguridad y un sistema de salud global que articule los sistemas nacionales basados en el interés público y la cooperación internacional.
La peste financiera es la causa de la mayoría de nuestros males, por ello se hace necesario que, de igual manera, se retome el espíritu de la ley Glass Steagall que en 1933 estableció el presidente Franklin D. Roosevelt para separar las actividades especulativas de la mal llamada banca de inversión, de aquellas actividades propias de la banca comercial.
Dentro de este rediseño internacional la OIT debe recuperar su capacidad de impedir que se siga profundizando el concepto de competitividad fundado en la esclavitud laboral, el llamado dumping social de mano de obra barata que se viene implementado con las reformas laborales regresivas. Por tanto, se debe dar paso a un nuevo concepto de competitividad, que la CEPAL denomina “competitividad auténtica”, fundamentada en la productividad, el trabajo decente y el control de las diversas modalidades especulativas.
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