“El Puerto de Santa Marta es un torturador psicológico de los trabajadores”, eso era la frase que repetía a cada rato José Miguel Schiller Vizcaíno, un barranquillero de 56 años que murió el pasado 24 de junio.
Los medios de comunicación solo dijeron que un trabajador en un acto de intolerancia había quemado la oficina. Otros aseguraron que, a raíz de una discusión con su jefe, Schiller Vizcaíno roció gasolina y prendió fuego a su lugar de trabajo. Pero lo que no cuentan es toda la historia que hay detrás. Una historia complicada de enfermedad laboral y desatención por parte de la empresa para la cual prestaba sus servicios el trabajador muerto.
En esta crónica vamos a tratar de contar la historia de José Miguel y la de dos de sus compañeros, Gustavo y Rosendo, que viven circunstancias parecidas y que en algunos momentos también han sentido que sus vidas no le importan a la empresa.
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I: La empresa empleadora
Los dos trabajadores que sobreviven y cuentan la historia dicen que el verdadero empleador de ellos es el Puerto de Santa Marta. Aseguran que tienen evidencia de una unidad de empresa y que le han solicitado al Ministerio de Trabajo que considere sus pruebas para efectos de la investigación que deben adelantar.
Gustavo y Rosendo afirman que la empresa lo único que ha querido es hacerlos aburrir. Cómo prueba de ellos dicen que en varias ocasiones les han ofrecido dinero para que renuncien. También fueron trasladados de ciudad para ejercer sus labores y no les aumentan el salario desde hace varios años.
Gustavo cuenta que él empezó a trabajar en el 2013 con BCT como operador de grúa pórtico. Los trabajadores de esta empresa se dieron cuenta que estaba mal económicamente y se afiliaron al sindicato SNTT de Colombia, posiblemente, como una manera de acabar con el sindicato, los jurídicos de la empresa les hicieron renunciar a BCT e inmediatamente firmar contrato con Bitco, una nueva compañía. Pero resulta que, a Gustavo, por tener estabilidad laboral reforzada no lo pudieron pasar a Bitco, él y el difunto Miguel siguieron como los únicos trabajadores de BCT hasta el 2018 año en que llegó Rosendo. Finalmente, esta empresa cambió su razón social y ahora se llama Opermag
Por su parte la historia de Rosendo dice que él empezó a laborar en 2012 con la Sociedad Portuaria del Norte en Barranquilla. Allí fue contratado como auxiliar de seguridad física. En el 2014 lo trasladaron para Bitco porque supuestamente la Sociedad Portuaria del Norte se había acabado. Luego, desde 2018 su patrón fue BCT, que después cambió su nombre a Opermag.
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II: Los problemas de salud de los trabajadores
Gustavo, Rosendo y el difunto Miguel son pacientes psiquiátricos. Sus enfermedades los han llevado a tener que depender de medicamentos para poder llevar una mediana calidad de vida. Todo lo que les ha pasado, las problemáticas que los han llevado hasta el punto en el que están, tiene que ver con sus trabajos, la forma como lo desarrollaban o los accidentes laborales que tuvieron. En el caso de Gustavo, la discusión sobre el origen de las enfermedades se encuentra en litigio por una demanda ordinaria. La ARL no le reconoce como enfermedad laboral sus quebrantos de salud.
José Miguel Schiller había empezado a laborar en 2013 para la empresa BCT. Según un derecho de petición que le ayudó a redactar el Centro de Atención Laboral, CAL de Cartagena, sufrió un accidente laboral el 25 de julio de 2017. Desde entonces se le desencadenó una Patología Osteomuscular que le afectó la columna y este dolor crónico a su vez le desencadenó problemas mentales. Su psiquiatra tratante había incluido en su historia clínica, en varias ocasiones, la referencia al tema. “Sus síntomas inician posterior a accidente laboral y a no control del dolor” dicen los documentos médicos.
Adicional al accidente y a los problemas de salud física y mental que le ocasionaron estos, Miguel se sentía discriminado por la empresa. Así lo mostró en el derecho de petición, pues contaba algunos hechos que lo hacían sentir menos que los otros compañeros y que además demuestran que la empresa lo quería despedir desde el mismo momento en que se accidentó: “El día 04/08/2017, me prohíben el ingreso a laborar mediante correo electrónico emitido por Angélica Sarmiento Torres, Coordinadora Recursos Humano SMITCO” relata uno de los hechos del derecho de petición.
A finales de ese mes de agosto del 2017 le allegan una comunicación donde le ofrecen una cantidad de dinero para que se retire de la empresa. Posteriormente le toca interponer una queja ante el Ministerio de Trabajo por despido en estado de debilidad manifiesta. Unos meses después la empresa lo llama para que se haga unos exámenes y reincorporarlo a un cargo, cosa que nunca ocurre.
A Miguel le pagaban su salario, pero estando en la casa. Esta incertidumbre le ocasionó aún más problemas mentales. Además, su accidente laboral no fue tratado de la mejor manera y el dolor aumentó. Fue tanto el desespero de Miguel que en julio del 2018 se intentó suicidar, por estas ideas y la gravedad del hecho fue hospitalizado en una clínica psiquiátrica. Un episodio parecido le ocurrió en 2019 y nuevamente fue hospitalizado. Después, en la historia clínica quedaría consignado el desespero que Miguel sentía, la impotencia que le generaba el dolor y el no tratamiento de este “Yo no era así antes. Mi vida cambió luego de este accidente”, se alcanza a leer en un aparte de la historia clínica.
Sus médicos también consignaban la irritabilidad en la que se encontraba el paciente y la intranquilidad que se le notaba. Sus compañeros Gustavo y Rosendo también lo afirman: él no era capaz de quedarse por largo tiempo en una misma posición, se sentaba, se tenía que levantar pronto porque no aguantaba el dolor. Eso llevaba a que tuviera problemas de relacionamiento con sus compañeros y con su familia. En la historia clínica quedó también registrado lo angustiado que se sentía por los problemas de convivencia que tenía con su esposa quien los acompañaba a varias de las citas y también intervenía para decir que él estaba muy intranquilo.
La historia de Gustavo es parecida a la de Miguel. Él empezó a trabajar con BCT en agosto de 2013 como operador de grúa pórtico. Sin ufanarse de ello, Gustavo dice que era el más rápido de los operadores y que esto hacía que le programaran turnos más largos que a los otros compañeros que hacían la misma labor. Normalmente, las jornadas laborales para los operarios de este tipo de maquinaria eran de 3 y 4 horas, pero las de él eran de hasta 6 horas. El largo tiempo de exposición a la vibración que producen las grúas hizo que presentara un problema de columna y desde ahí empezó su calvario.
La empresa ha tratado de salir de él de varias maneras. Una de ella fue ofreciéndole dinero, de igual forma que hicieron con Miguel. A Gustavo le dijeron que le daban 13 millones de pesos para que llegara a un acuerdo con la empresa. Él era consciente que eso no le alcanzaría para nada, y les dijo que lo único que él quería era trabajar, que así podía tener una buena calidad de vida, por eso exigió desde un principio su reubicación laboral y que lo pusieran en un puesto acorde a su pérdida de capacidad laboral.
Pero contrario a eso, la empresa lo único que hizo fue atormentarlo, eso es lo que él siente. En 2017, al igual que a Miguel, les prohibieron el acceso al puerto en Barranquilla donde normalmente trabajaban. Les siguieron pagando su salario, pero sin prestar ninguna labor para la empresa.
Por su parte, a Rosendo no lo han tratado de mejor manera. La historia de él es más violenta y triste si se quiere. Él empezó a trabajar en el 2012 como auxiliar de seguridad física para la Sociedad Portuaria del Norte. Pero la vida le cambió drásticamente unos meses después de empezar a laborar para esta empresa.
Resulta que uno de sus supervisores llegó trasladado de Santa Marta a Barranquilla y un día a este se le descompuso la batería del carro que la empresa le había asignado. El supervisor le dijo a Rosendo que lo acompañara a buscar un taller para arreglar el desperfecto mecánico del auto, pero en vez de encontrar el sitio, por poco encuentran la muerte. De una de las calles del barrio a donde se dirigieron salieron unos hombres en motocicleta y les empezaron a disparar. Rosendo llevó la peor parte; dos disparos los cuales lo tuvieron 1 mes entre la vida y la muerte en una unidad de cuidados intensivos de Barranquilla.
Rosendo cuenta que milagrosamente se salvó y por eso hoy dice que él es una muestra de la voluntad de Dios y que gracias a él vive. Durante 8 meses no pudo caminar. A raíz de ese atentado la vida le cambió para siempre. Desde entonces sufre estrés postraumático y tiene la necesidad de consumir medicamentos para poder dormir.
Apenas pudo caminar nuevamente, Rosendo, a quien le han hecho 11 cirugías después de los disparos, fue a la Fiscalía a interponer la denuncia. Allí le dijeron que el atentado era el tercero que le hacían a su supervisor. Todos los indicios conducen a que querían asesinarlo ese día y el perjudicado por esa acción fue Rosendo.
La recuperación de las heridas físicas no fue completa. De las emocionales, Rosendo tampoco se ha podido curar. Estuvo 4 años incapacitado por psiquiatría y aún tiene episodios depresivos y de angustia por lo que pasó. Y a todo eso se suma lo que la empresa le ha hecho, las veces que ha querido despedirlo y el desprecio que hacia él ha sentido por parte de las directivas.
Esa historia de desprecio empieza según él, en 2014, ese año lo desvincularon de la Sociedad Portuaria del Norte porque Bitco hizo sustitución patronal. A él y a sus compañeros les dijeron que la empresa iba a desaparecer, pero posiblemente fue una jugada para acabar con el sindicato. Después, en el 2018 le ofrecieron dinero para llegar a un acuerdo de terminación de contrato y como no aceptó lo trasladaron para la empresa BCT, la mismas que compartía con Miguel y Gustavo. Esta empresa, desde el año 2017 se encontraba en proceso de liquidación, según refiere Rosendo. Desde entonces no le aumentan el salario y solo fue hasta el año pasado que lo trasladaron de ciudad, (como a sus compañeros), y le asignaron unas funciones en el cargo de asistente general.
Rosendo dice que, a raíz de su estrés postraumático y los problemas con la empresa, sus problemas psiquiátricos han ido en aumento. Para ilustrar lo que dice cuenta que en enero pasado sintió el deseo de suicidarse lanzándose de una montaña cerca de Santa Marta. Nunca había sentido esa sensación de tristeza y desolación a pesar de todos los años que ha pasado medicado. Con preocupación le contó esta historia al psiquiatra que lo atendía en ese entonces, al parecer no le prestó mucha atención porque en la historia clínica el doctor consignó que el paciente no tenía ideas suicidas y eso desencadenó en él una crisis de ira descontrolada. Rosendo cuenta que él estaba en la oficina con sus otros dos compañeros cuando descubrió esa anotación en la historia y que ese fue el motivo para que dañara documentos y tirara escritorios y sillas por los aires.
Después de ese episodio, que fue por el mes de marzo, según cuenta Rosendo, él seguía mal emocionalmente. Y de eso hace énfasis en varias ocasiones durante la conversación. “El que estaba mal era yo” dice. Incluso cuenta que antes del fatídico 18 de junio, él iba todos los días a la oficina con un maletín en el que llevaba ropa e implementos de aseo con la idea de que en cualquier momento una ambulancia iría a recogerlo para trasladarlo a una clínica psiquiátrica, pues el médico le había recomendado que debería internarse para que su cuadro clínico mejorara.
III: Aquel 18 de junio
Gustavo y Rosendo recuerdan aquella mañana de viernes. Ambos dicen que es la primera vez que hablan sobre el tema. Incluso, cuando tuvimos la conversación con Rosendo nos dijo que hacía solo 4 días había salido de la clínica psiquiátrica donde había estado internado por el shock que le causó ver a su compañero en llamas y gritando desesperadamente para que lo apagaran.
Rosendo era quien madrugaba más. Siempre llegaba antes de las 7 y ese día no fue la excepción, luego llegó Gustavo. El reloj aún no marcaba las 7. Ambos empezaron sus labores como de costumbre lo hacía: organizar los documentos que legajarían, buscar los ganchos, en fin, acomodarse en sus puestos.
Rosendo y Gustavo coinciden en afirmar que Miguel llegó un poco más tarde de lo acostumbrado. Calculan ambos que fue a las 7 y 10. Gustavo recuerda que Miguel empezó a caminar de un lado para el otro en la oficina, pero él no le dio mucha importancia, era lo que normalmente Miguel hacía porque no podía estar mucho tiempo sentado ya que decía no soportar el dolor en la columna.
De un momento a otro, dice Gustavo, él escuchó que Miguel le dijo a Rosendo, “Recoge tus cosas que voy a quemar esto” ante lo cual Rosendo hizo un gesto de sorpresa y Miguel le volvió a decir con más fuerza: “sal que voy a quemar esta mierda”. Luego miró a Gustavo y le dijo, “Tú también coge las cosas que voy a quemar todo”. Ambos, Gustavo y Rosendo conocían la forma de ser de Miguel y le obedecieron: tomaron sus cosas y bajaron del segundo piso donde era la oficina hasta la calle.
Rosendo por su parte recuerda que ese día cuando Miguel llegó tenía la cara descompuesta. No estaba bien, se notaba el disgusto que tenía. Incluso le preguntó que si había enviado los papeles para que lo hospitalizarán y la respuesta de Miguel fue que ya no era necesario.
Cuando iban bajando las escaleras, Gustavo y Rosendo coincidieron en que lo mejor que ellos podían hacer era llamar al jefe inmediato que hasta el momento habían tenido. Un funcionario del puerto de Santa Marta y también estuvieron de acuerdo en llamar al jefe de seguridad del Puerto quien era el encargado, todos los días, de enviar a alguien a dar ronda por esa oficina.
Al primero que llamaron fue al funcionario del Puerto. Gustavo le comentó la situación, le dijo que su compañero estaba en medio de un episodio de su enfermedad y que iba a quemar la oficina. Mientras conversaban se escuchó una fuerte explosión en la oficina, hasta el mismo funcionario la oyó por el teléfono.
Rosendo y Gustavo no saben a ciencia cierta qué fue lo que explotó, creen que posiblemente fue un “timbo” de alcohol que tenían para echarse en las manos y evitar el contagio del Covid. Tampoco saben si la intención inicial de Miguel fue incendiarse junto con la oficina. Ambos lo vieron salir a los pocos segundos, envuelto en llamas, quebrando la puerta, pidiendo que lo apagaran e insultando a la empresa porque decía que era la culpable de lo que le acababa de pasar.
En la oficina no había un extintor y así lo hubiera regresar por él habría sido complicado. Quienes lo apagaron fueron los trabajadores de un hotel cercano que de inmediato acudieron con los extintores. Rosendo estuvo pendiente de Miguel y vio como, cuando lo apagaron este perdió el conocimiento.
A los pocos minutos llegó la ambulancia y fue trasladado a un centro médico de Santa Marta. Por la gravedad de sus quemaduras tuvo que ser remitido a Barranquilla, pero 7 días después, el jueves 24 de junio, el cuerpo de Miguel no resistió más y murió. Su batalla con la empresa había llegado a su fin y pagó con su vida el precio por reclamar sus derechos.
Rosendo y Gustavo no salían del asombro. Durante varios minutos no pudieron ni hablar. Cuando llegaron los representantes de la empresa les dijeron que se fueran para sus casas. Ellos se fueron para un parque cercano y unos minutos después les pidieron que se acercaran nuevamente a darle su declaración a la Fiscalía, pero mentalmente no estaban para eso. En estos días rendirán una versión libre sobre lo que sucedió. Ambos quieren contar lo que saben de la muerte de su compañero.
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IV: ¿Por qué prendió Miguel la oficina?
Los medios de comunicación de Santa Marta aseguraron en unas notas cortas, palabras más, palabras menos, que se trató de un acto de intolerancia por parte de Miguel. Dijeron que el difunto había tenido una discusión con su jefe y que producto de esto había tomado la decisión de incendiar su lugar de trabajo. Pero ninguno se preguntó cuál fue el verdadero motivo que llevó a que este hombre, quien tenía una esposa y tres hijos, tomara esa trágica decisión.
Una pista de lo que pasó es lo que el propio Miguel le dijo al abogado del Centro de Atención Laboral que le ayudó a redactar el derecho de petición. A él no le daban permiso como a los demás trabajadores, todo lo tenía que tramitar por escrito. “Al momento de solicitar un permiso, sea para alguna cita médica, o alguna diligencia personal debo de realizar una carta por escrito; a diferencia de los demás empleados en Gral. Que tienen su propio formato membretado con el logo del Puerto de Sta. Marta, por orden superior se me ordenó no usar este formato. Por esto y otras cosas más. He sido afectado tanto físico, mental, laboral, y socialmente; de tal manera que me siento menos que nada delante los demás compañeros si es que a esto se le pude decir ambiente laboral” dice uno de los apartes del último derecho de petición que envió Miguel.
Rosendo dice que Miguel había solicitado un permiso para ir a Barranquilla a ver a su madre, una anciana de 94 años que se encontraba muy mal de salud. La empresa no le había dado respuesta a ese requerimiento y ese día en la mañana, Miguel habría hablado con su jefa directa pidiendo ese permiso. Al parecer le habían prometido que lo llamarían para darle el permiso, pero no lo hicieron. Le «mamaron gallo», dicen sus compañeros.
Otra de las cosas que angustiaba a Miguel era el tema del salario. Con su traslado a Santa Marta el dinero no le alcanzaba. Tenía que pagar más transporte y adicionalmente tenía que seguir viendo por su familia en Barranquilla. Inicialmente compartió una vivienda con Gustavo, pero en el mes de marzo ambos se separaron para pagar algo más económico que les permitiera ahorrar un poco más. Miguel se había ido a vivir a Ciénaga, a casi una hora de Santa Marta y Gustavo se había quedado en un pequeño apartamento ahí en la ciudad.
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V: Una explicación
Yuly Sánchez García es Trabajadora Social. Ella es la encargada de brindar orientación psicosocial a los trabajadores portuarios que son atendidos por el Centro de Atención Laboral de Cartagena. Y hasta ella llegó Miguel. Fueron varias ocasiones en las que, respetando el proceso de salud mental que llevaba con la EPS, ambos charlaron y miraron la mejor forma de afrontar las dificultades del día a día que venía teniendo Miguel, relacionadas con el manejo y gestión de emociones, así como con la comunicación asertiva, temáticas transversales tanto para las relaciones con su familia, como en su espacio laboral
Yuli cuenta que durante un mes, Miguel tuvo un espacio semanal para “traducir en palabras sus sentimientos, sus dolores, sus intranquilidades, sus miedos, sus rabias y también sus esperanzas, sobre todo esperanzas; sentir que cada una de sus expresiones era validada y escuchada, reconocer que su situación era grave, pero que gracias al Dios en el que creía y a las fuerzas invisibles del universo, tenía la oportunidad de contar con diferentes estrategias y personas que lo acompañaban en el proceso. De la misma manera, fortalecía su confianza en que las cosas podían cambiar, se asumía como un optimista trágico, lo que en palabras de Boaventura de Sousa refiere a mantener la esperanza a pesar de las grandes dificultades”.
Agrega la trabajadora social que; “sin embargo, pese a su fuerza interior, el resultado de transitar por varios años por un camino de riesgo psicosocial constante, soportando la carga de diferentes factores de riesgo psicosocial (principalmente laborales), y contando con pocos factores protectores, el daño en la vida física y emocional de Miguel fue tan abrumador que terminó por doblegar la energía que mantenía su fe en el cambio.”
Sobre el acoso laboral, Yuli dice que este es un enemigo invisible y letal. “En el libro “El sueño de la crisálida”, Vanesa Montfort, se plantea como este complejo, dramático y preocupante fenómenos ha alcanzado dimensiones pandémicas, pero contrario a lo que se esperaría al reconocer el alcance de esta situación, el acoso laboral aún se encuentra protegido por la normalidad y cotidianidad que otorga la cultura de la violencia”, resalta Sánchez
También agregó que la historia de Miguel podría haber sido diferente si la empresa hubiese tratado de forma adecuada su caso desde el principio. “Necesitaba que se le hubiera hecho un seguimiento desde que sufrió su accidente laboral, un seguimiento apropiado a la dinámica laboral que influenció de manera negativa en su salud mental y emocional, un seguimiento no solo ajustado a lo normativo y legal, sino a lo humano.” Finaliza Sánchez
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Finalmente, los problemas para Gustavo y Rosendo no se han terminado. A la semana siguiente de la tragedia les notificaron que su contrato quedaría suspendido por fuerza mayor ante la imposibilidad de que siguieran prestando el servicio. Nuevamente, con la ayuda del Centro de Atención Laboral de Cartagena presentaron acciones de tutela para que les respetaran sus derechos, entre otras cosas, al mínimo vital. La tutela fue fallada en primera instancia dándole los derechos a Gustavo y negándoselos a Rosendo.
Pero la empresa envió una comunicación a Gustavo donde le decía que no le pagaría el salario que el devengaba sino solamente el mínimo. Algo que dice, no le alcanzará para las obligaciones que previamente adquirió.
Y es que la situación para ambos es compleja. La falta de recursos económicos que obtenían de sus salarios puede ahondar aún más la situación de riesgo emocional en que se encuentran. La intranquilidad de no saber cómo solventar sus gastos personales se suman a las otras problemáticas de posible acoso que se presentaban y del choque emocional de ver quemarse a su compañero de trabajo.
La lucha por el reconocimiento de sus derechos y para que no los sigan maltratando, seguirá. Rosendo y Gustavo seguirán con acciones contra la empresa para que esta los trate como realmente se merecen; como seres humanos que pasan por dificultades de salud que fueron ocasionadas durante la prestación del servicio para ellas.
*Los Centros de Atención Laboral es un proyecto implementado por la Escuela Nacional Sindical y financiado por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos (USDOL).
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