Enfrentar las crisis con decisión y proyectar un nuevo orden socioeconómico

Imagen de referencia tomada de eldesconcierto.cl

Las crisis como esta necesitan enfrentarse con determinación para que las sociedades salgan fortalecidas.

Por Jaime Alberto Rendón Acevedo, Universidad de La Salle *

 La historia de las crisis en el siglo XX, por lo menos dos de las más grandes, nos muestran acciones prácticas, sencillas diría yo, que le permitieron al mundo adentrarse en nuevos escenarios de expansión. Las estrategias implementadas tuvieron que ver con cambios en la regulación en la sociedad, formas de actuar y relacionarse trabajadores, empresarios y el propio Estado y, de otra parte, los acuerdos solidarios entre los Estados que posibilitaron nuevas confianzas, renovados acuerdos y formas de actuación. Así se dio salida a la gran crisis de 1929, y a la reconstrucción del mundo, de los países aliados, finalizada la Segunda Guerra Mundial. Dos alternativas que hay que leerlas a la luz de los acontecimientos que hoy se viven.

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Un Estado para la gente

Sin duda alguna lo que ha dejado de manifiesto las crisis es la poca eficiencia social del Estado neoliberal. La idea del Estado mínimo, que sirve más a los intereses corporativos que a la sociedad, donde se han mercantilizado los bienes y servicios necesarios para la vida humana (salud, educación, servicios públicos, transporte, alimentación, entre otros), ha fracasado y se requiere que la sociedad redefina las funciones del Estado, tal cual como se hizo hace 90 años.

Cobra vigencia la necesidad de garantizar la vida humana (también se deberá incluir la naturaleza). Para esto, como otrora, habrá que avalar el acceso a bienes y servicios básicos, a bienes meritorios, que pueden o no ser provistos por el Estado, pero eso sí, lo que se deberá establecer es una renta básica, un ingreso de ciudadanía que garantice los ingresos necesarios para acceder a tales bienes. Esto no es otra cosa que mantener las condiciones necesarias para que la demanda agregada se salvaguarde y los mercados puedan funcionar de manera adecuada.

Un ingreso de ciudadanía o una renta básica (rural y urbana) servirá incluso para enfrentar no solo esta crisis de pérdida de empleo y caída del ingreso, sino la que ya está en marcha producto de la automatización, robotización y utilización de la inteligencia artificial, la cual podrá reemplazar en la próxima década el 45% del empleo existente, de acuerdo con el Foro Económico Mundial. Los nuevos empleos difícilmente podrán substituir a los perdidos, el desempleo a dos dígitos será la constante en el futuro inmediato. Si en 1929 la idea del Estado de Bienestar permitió atender a quienes quedaban por fuera del mercado laboral, la renta básica se constituye en el reconocimiento al derecho que los seres humanos deben de tener a gozar de una vida digna sin depender económicamente de nadie.

El neoliberalismo también ha dejado al desamparo a las empresas, piénsese en las micro, pequeñas y medianas empresas, que difícilmente tienen el músculo financiero, tecnológico y comercial para competir con las grandes multinacionales en los mercados. Políticas públicas monetarias y fiscales de protección, así como una tributación diferenciada, son necesarias para permitirles mejores condiciones de competitividad y acceso a la innovación.

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La solidaridad internacional como base en la construcción de un nuevo orden mundial

Los Acuerdos de Bretton Woods en 1944 le dieron paso a un fuerte entramado institucional que, encabezado por las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, le fueron abriendo campo a una serie de instituciones que ha tenido por fin último brindar confianza y procurar la convivencia entre las naciones, además de crecimiento y desarrollo. Esto, obviamente, dejando atrás las críticas que de todo esto se ha hecho y el claro manejo político a favor de las grandes economías.

Esta institucionalidad, que además ha tenido en las uniones de países evidentes signos de cooperación y solidaridad, empezando por el Plan Marshall o la misma Unión Europea, ha tenido en los últimos años serias grietas que han conducido a nacionalismos perversos (aquellos que se reivindican en tanto su problema son los otros, y no como una alternativa de crecimiento y desarrollo endógeno), tal es el caso de los EEUU de Trump, la Inglaterra del Brexit, o la Unión Europea del Norte que mira al Sur con ojos de inquisición.

La solución a estas crisis actuales deberá entonces tener en nuevos acuerdos internaciones las bases para otro orden internacional (que impliquen fortalecer e innovar figuras de cooperación financiera), el actual desde hace algunos años se encuentra resquebrajado por las guerras, el poderío de las empresas trasnacionales y la fallida deslocalización productiva, propia del modelo neoliberal que, buscando menores costos de producción, dejó a las economías sin estructuras productivas sólidas y con grandes deficiencias en temas de empleo, seguridad y soberanía alimentaria. Un nuevo orden donde Occidente necesariamente tendrá que reconocer el papel de Rusia, China e incluso del mundo árabe. Donde los fundamentos sean diferentes al poderío económico de los imperios, y sea la solidaridad y la cooperación las que impongan unos nuevos relacionamientos, una mejor internacionalización o globalización.

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¿Y de dónde se financia esto?

Este sí que ha sido uno de los temas actuales. Se ha puesto incluso en boga en tema de si elegir la economía o elegir la salud.  Pues son las dos cosas ¡estúpido! Parodiando al viejo asesor de Clinton. Pero desde lógicas diferentes a las actuales que evidentemente no operan ya, es decir, si se cimientan solo en el mercado será lo mismo que ha conducido al fracaso.

Lo primero, y más ante un escenario de informalidad y trabajos precarios como el nuestro, es evitar que en los días de aislamiento ni la población se muera por falta de atención médica o incluso de hambre, o se pierdan los empleos existentes, pero tampoco que las empresas se vengan a pique. La acción del Estado debe salir de manera contundente a hacerse cargo de estos factores, para evitar caídas profundas de la economía, una crisis social sin precedentes y la propagación rápida del virus.

El gobierno piensa destinar recursos que en el mejor de los casos podrían llegar a ser del 5% del PIB. Hay que decir que son tímidas las pretensiones del Gobierno, otros han planteado medidas mucho más robustas, por ejemplo, los países europeos presentan cifras que superan el 20% del PIB, EEUU, de entrada, comprometió recursos por el 10%, Perú 12%. Esta cifra que para Colombia puede estar entre los 55 y 60 billones de pesos, podría complementarse con algunas otras fuentes de financiación, que no necesariamente impliquen el endeudamiento de las empresas y las familias o que estas tengan que tomar de sus ahorros (cesantías, por ejemplo, que tienen otros propósitos) para solventar las crisis.

  • Si alguien puede endeudarse en estos tiempos sin mayores problemas es el Estado, pero habrá que evitar que esto tenga costos fiscales. El Banco de la República debe asumir su papel y otorgar, siguiendo las normas legales, un préstamo al Gobierno. Emisión monetaria que puede pignorarse en las utilidades que el Banco le genera anualmente al Gobierno (las ganancias trasladadas del año 2019 fueron 6.9 billones), por lo tanto, el Banco podría realizar una emisión por 50 billones, pagaderos sin intereses en los próximos 20 años. La alternativa de compra de TES en el mercado primario, directamente al Gobierno, también podría ser un mecanismo viable para realizar parte de esto. La inflación no puede ser la excusa en estar circunstancias.
  • Las reservas Internacionales han sido un rubro que demuestra la gran disciplina monetaria del país. Su volumen actual corresponde aproximadamente a 11 meses de importaciones, lo que equivale al doble frente a los niveles óptimos (que son disímiles de acuerdo con las metodologías empleadas). Esto podría dar un margen de utilizar 13.300 millones de dólares (una cuarta parte de las reservas), es decir unos 52 billones de pesos, que no pondrán en riesgo externo al país y que se podrían utilizar para realizar pagos internacionales para equipos de salud, o utilizar otros mecanismos con el fin de evitar la monetización directa, si es que ese es el temor.
  • El Gobierno, a pesar de lo planteado en la Ley de crecimiento Económico, debe congelar los beneficios otorgados a las empresas, lo que le permitiría obtener recursos por cerca de 10 billones de pesos. Si revisara las exenciones tributarias existentes podría incluso sumar hasta unos 25 billones
  • Las normas planteadas sobre traslado de pensiones mínimas a Colpensiones, desde los fondos privados, le van a fondear recursos por 5 billones, pero les cubren riesgos a los fondos privados de manera significativa. Si bien esto del fondeo es importante, también puede el Gobierno, al igual que lo hizo con los fondos territoriales, tomar prestado en dólares y sin intereses, montos por el 5% del total administrado, esto le facilitaría recursos por 14 billones de pesos.
  • Se hace indispensable un alivio fiscal frente a los pagos de la deuda externa e interna, lo que implicaría renegociaciones para evitar el pago de capital, al menos durante los años 2020 y 2021, lo que implicaría unos 31 billones de pesos para el año 2020. Si se tuviera en cuenta también los intereses a pagar esto podría aportar otros 30 billones.

Solo para mencionar algunas alternativas entre otras posibles, que tengan por propósito, como se dijo, no endeudar a las familias, pero tampoco a las empresas, así como evitar los sobrecostos al gobierno a través de nuevos empréstitos. Y que pueden ser repensadas en montos y acciones, de acuerdo con negociaciones entre los distintos agentes involucrados.

De cualquier forma, todo esto implica asumir una posición diferente y temporal frente a la ortodoxia monetaria y a la rigidez fiscal a la que el país se ha visto sometido en estas últimas décadas. Lo particular de esto, es que este tipo de medidas ya están siendo admitidas por los analistas económicos, incluso los tradicionalmente más conservadores (entre ellos varios exministros).

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Es hora entonces de darle paso a instrumentos de choque que posibiliten siquiera una inversión del 20% del PIB, y con esto garantizar los recursos necesarios al sistema de salud, así como el acceso a un ingreso para las familias, que puede ser de acuerdo con la cantidad de miembros del hogar, teniendo como tope un salario mínimo. Igualmente se debe consolidar la idea del pago parcial de las nóminas a las empresas, con el compromiso de mantener los empleos, (que incluye seguridad social y parafiscales, que se deberán congelar por al menos tres meses) y con un tope de un salario mínimo, es decir esto iría como apoyo tanto a familias que están en la informalidad, como a las nóminas de las empresas para proteger a las y los trabajadores. Esto que deberá cobijar a 14.2 millones de hogares por tres meses tendría un costo de unos 42 billones de pesos, un 4 % del PIB

También habrá que considerar el apoyo directo, sin endeudamiento, a sectores fuertemente golpeados por la parálisis.

Después se verá cómo se procederá a futuro, en las postcrisis, cómo se harán los ajustes estructurales que este país requiere, cómo recomponemos los desbarajustes dejados por tantos años de desidia estatal con las y los trabajadores, con quienes están por fuera de los mercados laborales, con las mipymes, con las y los campesinos, con la falta de provisión de los bienes y servicios esenciales para una vida digna.

*Esta columna fue publicada originalmente en la Revista Sur. La puedes leer aquí

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