Solo a través del sindicalismo podemos ejercer la democracia dentro de los centros de trabajo
Por David Marcelo Patiño Flórez
A través de la historia, los humanos hemos intentado múltiples formas de gobernarnos y vivir en sociedad, como la monarquía o la aristocracia, y tratamos de llegar al consenso de que la democracia es la mejor forma de gobernar, claro, no es perfecta, y desde los griegos ha estado en un proceso de construcción constante. Pero no la democracia desde un punto de vista reducido, como la acción de elegir y ser elegido con una mayoría sino como un espacio en el que se pueden discutir las ideas, el debate y la llegada a un acuerdo entre las partes.
Pero esa democracia que debería regir como un faro en nuestra vida en general, es castrada por completo al momento de ir a trabajar. Como si al cruzar las puertas de la empresa, por un salario, nos quitaran nuestro derecho. La subordinación se convierte en una cadena que nos ata al empleador y llegamos a la condición de amo y esclavo o de señor feudal y siervo. Al trabajar nos encontramos en un lugar en donde la orden es el denominador común y el consenso o la disidencia es mal vista y es castigada con el despido.
Teniendo en cuenta lo anterior, ¿Cabe el debate y el disenso en nuestro sitio de trabajo?, y con esto no hago un llamado a la insubordinación, porque en una relación laboral el empleador es quien da las órdenes de tiempo, modo y lugar, sino que realizo una reflexión respecto a la generación de espacios para que el trabajador ofrezca su punto de vista.
En el ensayo «¿Qué es la Ilustración?» de Kant, este demuestra que existen dos formas de la razón, que son la pública y la privada. La primera es la capacidad que tenemos los humanos de dar nuestra opinión libremente sin ningún tipo de restricción o censura, mientras que en la segunda tenemos el límite del rol que estamos ejerciendo.
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En nuestro trabajo a menudo usamos el uso privado de la razón porque debido a la subordinación no podemos hacer críticas o negarnos a las órdenes que nos da el empleador, a menos que sean ilícitas, vulneren derechos fundamentales o la dignidad humana. Pero una vez cumplidas las órdenes, los trabajadores podemos hacer el uso público de la razón, dar nuestra opinión sobre la labor encomendada, brindar soluciones y por qué no, criticar y estar en desacuerdo con lo que no nos parece o va en contravía de nuestros intereses. Y eso a grandes rasgos es ejercer el derecho fundamental a la libre expresión, vital en la democracia.
Pero el derecho a la libre expresión y opinión es solo un componente para que haya democracia en las empresas, también tiene que existir una igualdad entre las partes, porque el diálogo entre diferentes no es diálogo, puede ser una súplica o una imposición, pero nunca un diálogo. Lo anterior pasa en las relaciones laborales, ya que no puede existir un diálogo directo entre trabajador y el empleador, porque mientras el primero suplica, el segundo ordena e impone, debido a la desigualdad que les caracteriza.
La única forma de equilibrar la balanza y lograr una igualdad entre las partes es a través de la unión de los trabajadores y su actuación en bloque. Eso se logra con la consolidación de un sindicato, ya que este se convierte en un actor relevante de interlocución y en cierta forma les quita a los trabajadores el peso de retaliaciones por expresarse.
Solo a través del sindicalismo podemos ejercer la democracia dentro de los centros de trabajo, puesto que es el punto de encuentro de dos requisitos fundamentales para poder realizar un ejercicio pleno de la democracia: el derecho a la libre expresión o uso público de la razón y la igualdad entre las partes.
Para finalizar parafraseando lo que se decía al inicio del movimiento obrero: «Los trabajadores no tenemos más que perder, salvo las cadenas, en cambio, si todo un mundo por ganar». Por eso, compañero trabajador únase o funde un sindicato y haga parte de una democracia activa. Porque los trabajadores más allá de ejecutores de órdenes, somos sujetos políticos esenciales en los centros de trabajo.
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