Enfoque monetarista en la negociación del salario mínimo asfixia el diálogo social

Por: Carlos Julio Díaz Lotero

Director General de la ENS

 El objetivo del salario mínimo es garantizar el cubrimiento de la canasta mínima vital en alimentación, educación, salud, vivienda, vestido y recreación de un trabajador, lo que en nuestro país no se cumple, pues el salario mínimo solo logra cubrir un poco menos de la mitad de estas necesidades esenciales.

El hecho de que las centrales sindicales no lleven una posición unificada en el porcentaje de incremento del salario mínimo para el 2016, le resta eficacia a la representación de los trabajadores en la Comisión de Concertación de Políticas Salariales y Laborales, escenario de origen constitucional y legal para definirlo.

Pero la mayor dificultad para concertar el salario mínimo radica en las creencias monetaristas que expresan las autoridades económicas representadas en la Junta Directiva del Banco de la República y el Ministerio de Hacienda, que parten del supuesto falso de que el trabajo es una mercancía y el salario es su precio. Plantean que si el salario es alto se genera desempleo, hay mayor inflación, crece la informalidad y se dificulta la inserción de Colombia en la economía internacional; y si es bajo se genera empleo, se garantiza baja inflación, se reduce la informalidad y mejora la competitividad del país para insertarse en la economía internacional con mayores exportaciones.

Pero, ¿qué define si un salario mínimo es alto o bajo? Lo define la capacidad de compra interna. Como vemos en el siguiente cuadro, el salario mínimo en Colombia no solo es uno de los más bajos en el comparativo internacional en dólares, sino en la capacidad de compra de la canasta básica para los trabajadores de ingresos bajos. Y aun así tenemos una de las tasas de desempleo más altas de la región y una informalidad del 64%, muy poco superada por otros países

La evidencia empírica muestra que es falso el argumento neoliberal de que si crece en términos reales el salario mínimo aumenta el desempleo y la informalidad, pues países con salarios mínimos mayores en dólares y con mayor capacidad de compra interna tienen tasas de desempleo e informalidad más bajas que las de Colombia.

 

Fuente: http://salariominimo.com.mx/comparativa-salario-minimo-latinoamerica/

El argumento monetarista de la responsabilidad de los incrementos salariales en el proceso inflacionario, es desmentido por la realidad que nos golpea hoy a todos los colombianos. A noviembre la inflación bordea el 6.11%, más del doble de la meta del 3% proyectada por la Junta Directiva del Banco de la República para el presente año. A nadie, ni siquiera al más puro de los neoliberales de nuestro país, se le ha ocurrido decir que el salario mínimo es el causante del desbordamiento inflacionario, toda vez que éste ha sido causado en parte por la devaluación del peso frente al dólar en más de un 33%, dado que la mayor parte de los bienes que se consumen en el país se deben importar con un dólar $1.000 más caro que el año pasado.

Pero la torpeza de la Junta Directiva del Banco de la República no puede ser mayor, pues el arma secreta para reducir la inflación es elevar las tasas de interés. Aumentar los costos financieros a las empresas dará mayor impulso a la inflación, bajará la rentabilidad de éstas, probablemente producirá la quiebra de algunas, y por tanto mayor desempleo. La causa de la inflación no hay que buscarla en los salarios sino en las altas tasas de interés, en la devaluación, en los altos costos de la energía y de la gasolina, y en la atrasada infraestructura vial de nuestro país. A la Junta Directiva del Banco de la República y al Ministro de Hacienda les viene bien el antiguo aforismo griego que decía; «Los dioses ciegan a quienes quieren perder».

Finalmente, el déficit comercial del último año ya supera los 14.000 millones de dólares, muy a pesar de que tenemos “salarios competitivos”, es decir miserables, para poder insertarnos en la economía global. Los mercados externos que eran el motor de la economía se han desplomado, y un mercado interno destruido por la política de precarización laboral, nos han llevado al peor de los mundos: en los mercados externos no hay a quien venderle, y en el mercado interno no hay quien compre.

Las ideas y creencias que tienen las elites que diseñan y ejecutan la política económica, y de manera particular la salarial y laboral, son las responsables de nuestros problemas, incluyendo la ineficacia del diálogo social.

Es difícil hacer acuerdos sensatos con personas enceguecidas por la ideología. Si bien es cierto que las ideas y creencias que le dan forma a la política pública son la causa última de nuestros problemas, allí también se pueden encontrar las soluciones.

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