El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
Por Francis Corrales
«Tenemos que empezar a ser voceras de nosotras mismas, no solamente luchar por la mujer, luchemos por el mundo, luchemos por la sociedad”
Gioconda Belli 2021
Pensar que las mujeres sean voceras de sí mismas es un reto y se viene asumiendo desde hace un buen tiempo por parte de los movimientos feministas. Todo esto ha puesto en vilo las tradiciones y la cultura. Las formas en la que hoy nos referimos a las reivindicaciones de las mujeres sigue teniendo un sesgo de género, una forma de violencia, que desconoce y minimiza a las voces de las mujeres porque se consideran innecesario y un poco inicuo, incluso, entre las mujeres hay quienes consideran que son exageraciones de mujeres débiles e ingenuas.
Aún hay quienes piensan que estas voces han debilitado las relaciones entre hombres y mujeres y que, han profundizado el odio de las últimas contra los primeros afectando las familias, los lugares de trabajo entre otros, pues se considera un capricho feminista hablar de lo que a las mujeres incomoda.
Sin embargo, para controvertir el sesgo, tal vez, las estadísticas de las Violencias Basadas en Género -VBG-, pueden ayudar. De acuerdo con ACNUR, las VBG son todos aquellos posibles daños físicos, sexuales, psicológicos y económicos que se infringe en la esfera pública, privada e íntima que puede incluir formas de imposición de poder y opresión como la coerción, constreñimiento y demás; generalmente estas formas de violencia se ejercen más contra las mujeres que contra los hombres. Para ilustrar esta diferencia, observemos:
Según Sisma Mujer, “En el año 2021 en Colombia la violencia contra la mujer aumentó en 11,89% con respecto al año 2020. Por cada hombre violentado por su pareja o expareja, cerca de 7 mujeres son víctimas de este tipo de violencia”.
El espacio íntimo de las mujeres, donde deberían sentirse seguras, está plagado de violencia intrafamiliar, violencia sexual y, de agresión contra niñas y adolescente ejercida por un familiar. Los datos año tras año aumentan.
Hay muchas complejidades que emergen como los daños psicológicos que afectan la confianza y las relaciones de las mujeres; los dolores y enfermedades que se manifiestan en el cuerpo. Entre todas estas complejidades, ejemplifiquemos una, se trata de cómo esta situación escala hasta hacer sentir culpable a las mujeres o responsable de resolver lo que no puede satisfacer en quién le agrede; se les culpa por la manera en que visten, por la manera en que hablan y se relacionan con los hombres, por viajar solas o, en este caso, sentirse culpables por no aceptar jugar los juegos de quien tiene poder:
Los casos de violencia contra la mujer en el espacio público, es otra manifestación de la brecha que existe entre hombre y mujeres respecto a quién es víctima. Las mujeres temen a estar solas en el espacio público, según estudios.
De todas las agresiones de las que pueden ser víctimas las mujeres en el espacio público, las que más les preocupa es ser víctimas de violencia (77 %) o de acoso sexual (73 %) (…) El 60 % de las mujeres encuestadas ha recibido agresiones en el espacio público en el año 2020.
En el lugar privado, como es lugar del trabajo, tema que ocupa a la Escuela Nacional Sindical, las bajas denuncias, la invisibilidad de los casos, y en lugares donde los protocolos existen solo como una formalidad, cuando no están totalmente ausentes. Son solo unos de las tantas problemáticas que podemos observar. Situación que se agrava sí es que, el acosador tiene un cargo directivo; entre más representa la jerarquía, más difícil es que asuma la responsabilidad.
El caso de la periodista del periódico El Colombiano Vanessa Restrepo, ha dejado unos antecedentes muy importantes para entender que la violencia en el lugar del trabajo, es más que las paredes que encierra el lugar donde se lleva a cabo la labor. Que las empresas o los lugares de trabajo tienen que avanzar en protocolos de prevención y actuación de acoso laboral de índole sexual, en especial, pero que deberíamos extenderlo al conjunto de las violencias contra las mujeres.
Desde la Escuela Nacional Sindical, hemos identificado que esto empieza por el acceso a la información, y contar con canales para la denuncia. Por ello, en acuerdo con el Intersindical de Trabajo Doméstico y la agencia de cooperación Care hemos creado la Aplicación Aliadas, allí se cuenta con información en torno a las violencias de género y los derechos laborales. Esta aplicación está dirigida a las trabajadoras domésticas, sin embargo, cuenta con información útil para el conjunto de la sociedad. Acciones de sensibilización dirigidas a los hombres también pueden ayudar, acá algunos ejemplos:
Casos como el de Rosal Elvira Cely, no solo nos muestra el peligro que corren las mujeres, incluso en entornos de confianza, bajo el conocimiento de su agresor, sino que evidencia la crueldad con la que un hombre puede actuar en contra del cuerpo de las mujeres. Natalia Ponce de León, y otras mujeres agredidas y desfiguradas son muestra de la manera en que hemos aprendido la posesión del cuerpo del otro, de la otra. No se trata solo de la agresión como tal, aunque es importante evidenciar su existencia para corregirla, sino que, sugiere revisar las narrativas que tenemos sobre el poder, la jerarquía, el dominio y la autoridad.
Hombres y mujeres han aprendido que la violencia resuelve los grandes conflictos, o disminuye a la vez que satisface el sentido de posesión “si no es para mí, no es para nadie” o, actuar con premeditación contra la indefensión -en el sentido jurídico- por solo satisfacer el ego y demostrar la capacidad de transgredir las reglas de convivencia.
No son monstruos ni necesariamente enfermos mentales, y tal vez, solo tal vez, la naturaleza nos enseñe que aun somo animales; solo que, lo que nos diferencia de los animales, dice Aristóteles es “nuestra necesidad de conocer”, o la capacidad de conciencia, lo que nos permite transformar el entorno y de crear reglas de juego para convivir. Sí los actos de violencia contra las mujeres perviven, es porque, además de negarnos a abandonar lo que llamo Freud el “instinto” animal, es porque las reglas de juego, que creamos para convivir, solo están favoreciendo un grupo muy pequeño de la sociedad que quiere mantener su dominio.
No basta con sensibilizar, ni hablar del tema en lo público, hay que transformar las condiciones que hacen posible la perpetuación de la violencia, hay que desinstalar la lógica machista de dominación y subordinación, que solo ve placer en el dolor -descontando qué existen prácticas pasivo agresivas de la sexualidad que no entran en esta reflexión-, en sentirse más fuerte que ese objeto-cuerpo que poseen, sí, en hombres y mujeres, sin embargo, insistamos, especialmente en las mujeres que han sido silenciadas, quemadas por brujas, violadas como botín de guerra, raptadas y encerradas para ser objeto sexual de un familiar o desconocido e incluso, convertidas en objetos sexuales de sus parejas.
Hay que seguir la lucha por las mujeres, luchemos porque, cada vez más, haya mujeres que alcen la voz por sí mismas, que se escuche en todos los confines de la tierra las voces chillonas que incomodan, las historias de violencia que hay quienes no quieren escuchar. Hagámoslo por nosotras las mujeres, pero también por la sociedad. Necesitamos cambiarla, ya estamos hablando de esos dolores, ahora ¿Qué sociedad queremos?
Por lo pronto, una sociedad donde ya no haya que decir: ¡No más violencia contra las mujeres!
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