Réquiem y rabia por la muerte de un cortero

—Asesinato de Juan Carlos Pérez, líder de Sintrainagro en ingenio La Cabaña—

 (Crónica de Ricardo Aricapa)

Corinto, Cauca. (Especial de la Agencia de Información Laboral).  A las 4:50 de la madrugada del lunes 28 de enero, desde lo alto de la plancha de su casa, Juan Carlos Pérez Muñoz alcanzó a ver los dos hombres que quince minutos después lo habrían de asesinar, parados al pie de dos motos en la esquina.

Los vio mientras terminaba de tomarse el tinto que siempre se tomaba antes de abordar el bus con destino al ingenio La Cabaña, donde trabajaba como cortero de caña; tinto azucarado, como a él le gustaba. Solo que en ese momento ni sospechó siquiera que esos hombres estaban allí para asesinarlo, aunque sí le pareció extraña su presencia en ese sitio y a esa hora. Y así se lo comentó a Luz Aidé Secua, su mujer, quien como todos los días se había levantado una hora antes que él para preparar y empacarle el desayuno y llenarle la pimpina de agua.

“Deben ser viciosos”, recuerda ella que dijo él, pero no por eso dejó de cabrearse. Tanto así que para llegar al paradero del bus prefirió darle la vuelta a la manzana y evitar pasar por el frente de ellos. Precaución inútil, porque igual éstos le llegaron al paradero y le dispararon ocho tiros, siete de ellos en la cabeza.

Cuenta Luz Aidé que ella escuchó los disparos (el paradero está a una cuadra de su casa), pero no se le pasó por la mente que el blanco de ellos fuera su marido, en parte porque éste era un hombre tranquilo, buena gente, que no tenía problemas con nadie (o al menos eso creía ella); y en parte porque él no le había comentado de amenazas ni nada parecido. En dos oportunidades sí le manifestó temor por el riesgo que corría en la actividad que estaba haciendo: convencer a sus compañeros trabajadores de la necesidad de afiliarse al sindicato Sintrainagro y luchar por el reintegro de los casi cien despedidos por la empresa; tareas en las que se aplicó a fondo los últimos dos meses de su vida.

“Sinceramente yo no creí que el riesgo fuera tan alto”, confiesa ahora Luz Aidé, mujer de piel cobriza, baja de estatura, tórax amplio, hombros redondos e insondable mirada, características que se corresponden con su ancestro indígena.

Luz Aidé Secua (al centro) con familiares en el sepelio. 

Y sí, en Colombia es alto el riesgo de crear un sindicato, y más todavía en una región tan “caliente” como el norte del Cauca, donde los disparos pueden venir de cualquier lado, pues allí son diversos los actores que no ven con buenos ojos que peleche un sindicato como Sintrainagro. En esta región ejercen algún control las FARC y hacen presencia otros grupos al margen de la ley, y como si eso fuera poco se localiza La Cabaña, un ingenio que siempre ha opuesto fuerte resistencia a las demandas laborales y a todo lo que huela a sindicato. Ese es precisamente el reto de la Fiscalía: esclarecer entre esa maraña los móviles y autores del crimen de Juan Carlos, si es que éste no pasa a engrosar la larga lista de casos de sindicalistas impunemente asesinados en Colombia.

Un ingenio poco afecto a los sindicalistas

En La Cabaña diariamente se convierten en azúcar siete mil toneladas de caña, lo que lo ubica en la categoría de ingenio mediano con relación a los otros doce del Valle del Cauca. Da empleo a 2.500 personas, 1.500 con contrato directo y el resto a través de tres empresas contratistas, todos corteros residentes en ese rosario de pueblos que hay entre Santander de Quilichao y Florida, Valle.

En el frente laboral y sindical el ingenio La Cabaña parece ser una rueda suelta en el engranaje de la industria azucarera. En ambos frentes sus condiciones son distintas a las de los otros ingenios. Junto con el ingenio María Luisa (que también despidió a 24 corteros sindicalizados), La Cabaña no aceptó integrarse al proceso de formalización y contratación directa que se dio en esta industria tras los acuerdos del Plan de Acción Obama-Santos para la aprobación del TLC con Estados Unidos. Tal vez se deba al talente de sus propietarios, la familia Seinjet, que no son vallecaucanos, ni siquiera de origen colombiano, son judíos, dueños de una sensibilidad distinta.

Su directivo más visible y, según el sindicato, más nefasto para los intereses de los trabajadores, se llama Oscar Mora y es el jefe de relaciones laborales, el hombre fuerte de la empresa. Es una persona que Mauricio Ramos, presidente de la seccional sindical, describe como agresiva y áspera en el trato, alérgica a todo lo que tenga que ver con sindicatos y reclamos laborales. De él se dice, exagerando, que no puede ver a un sindicalista porque le da agriera.

Mauricio Ramos

“Yo creo que él mismo se creó esa imagen de duro para que la gente le tenga miedo y no proteste, y la ha creado muy bien porque los corteros le temen”, agrega Mauricio Ramos, quien recordó que, como resultado de la larga y dura lucha que dieron los corteros vallecaucanos en el 2008, las cooperativas de trabajo asociado se disolvieron y la mayoría de los ingenios acogieron la política de contratar directamente a los corteros, garantizarles estabilidad y jornadas no más allá de las 4 de la tarde, lo mismo que el derecho de asociación y negociación colectiva y algunos beneficios extralegales. En cambio en La Cabaña esas mejoras no se dieron, sigue vinculando a sus corteros mediante contratistas y en condiciones notablemente más  precarias que las de los otros ingenios.

Y en lo que respecta a la vigilancia, tiene la mejor seguridad que empresa alguna pueda darse: la de sus propios vigilantes y la del ejército nacional, que en predios del ingenio desde hace tiempo mantiene un destacamento de soldados, presentes allí para vigilar esa conflictiva zona caucana, pero también —a decir del sindicato— para disuadir las protestas de los trabajadores.

De hecho los corteros de La Cabaña fueron los únicos que no se sumaron al paro histórico del 2008. En aquel momento, y tal vez ingenuamente, decidieron apoyar a la empresa porque ésta, a cambio de que no pararan, les prometió concederles las mismas mejoras y garantías que obtuvieran los corteros con el paro. En otras palabras, lograban lo mismo y se ahorraban el paro. Y en efecto no pararon, entre otras cosas porque la empresa les instaló campamentos dentro del mismo ingenio, donde vivieron como en cuarentena y trabajaron sin salir durante todo el tiempo que se extendió el paro, para evitar que los otros corteros los maltrataran, o lo que es peor: les contaminaran el virus de la protesta.

Pero eso finalmente de nada les sirvió. La empresa nunca les cumplió su promesa, los sigue manteniendo en las mismas condiciones salariales y laborales que tenían antes del 2008, o sea, sin ninguna garantía de estabilidad, con jornadas de trabajo hasta de 12 o más horas, sin pago de vacaciones, horas extras ni dominicales, sin la dotación completa y a merced de la empresa en cuanto al peso de la caña, que es lo que más rabia les produce.

Resulta que los corteros trabajan a destajo, es decir, ganan según sea el peso de los tajos cortados, y son los ingenios los que certifican ese peso. Pero en La Cabaña —según lo denunció el sindicato— el peso real de la caña se manipula a la baja, como una forma de mantener bajos los salarios. Como tampoco reconoce como laborados los días en que, por decisión de la empresa o problemas ajenos a la voluntad de los corteros, no hay corte de caña. Ni les garantiza un ingreso mínimo cuando trabajan lotes con cañas problemáticas, de poco peso, cómo sí lo hacen los otros ingenios. Es lo que explica por qué mientras en éstos un cortero hábil gana entre 800 y 900 mil pesos al mes, en La Cabaña difícilmente llega a los 700, y en jornadas más largas. Y si protestan los despiden.

Esa serie de abusos y la evidente inequidad fueron los que llevaron a Juan Carlos Pérez Muñoz a meterse al naciente sindicato, con la tarea específica de ayudar a organizar a los corteros de la empresa contratista para la cual trabajaba.

Un sindicato en aguas turbulentas

Sintrainagro Seccional La Cabaña nació el 28 de noviembre, y de manera clandestina porque no había otra forma. Entre sus miembros fundadores estuvo Luis Carlos, que ese día, a sus treinta años de edad, nació también para el sindicalismo, pues jamás antes había militado en organización alguna, y tampoco sabía lo que era un sindicato ni para qué servía.

“Y meterse en eso le cambió la vida”, dice Luz Aidé, porque desde entonces el hombre se entregó a la causa con alma, vida y sombrero, como se dice. Vivía pendiente de las vueltas sindicales y de las reuniones con sus compañeros. “Llegaba a la casa, se cambiaba, comía y ahí mismo volvía y salía”, agrega.

Y es que el hombre resultó con talento natural para organizar a la gente. A la convicción en la justeza de su causa, él le agregó su capacidad innata para encontrar las palabras precisas con qué expresar claramente sus ideas, de modo que todos le entendían, y así a no pocos logró arrastrar a las filas sindicales. Sin un líder así seguramente Sintrainagro no hubiese logrado afiliar en La Cabaña a 560 corteros en apenas un mes. Pero esa vocación sindical que Juan Carlos fue descubriendo en él al fragor de la lucha, apenas le alcanzó para dos meses exactos: lo asesinaron el 28 de enero.

El pliego de peticiones que Sintrainagro le presentó a la empresa el 17 de diciembre, recogió reivindicaciones laborales al menos parecidas a las de los corteros de otros ingenios, pliego que para el señor Oscar Mora fue un sapo difícil de tragar. De hecho no se lo tragó. Anunció que no estaba dispuesto a negociar porque los corteros no eran trabajadores directos del ingenio. Y fue más allá: dejó que llegara el fin de año y terminaran los contratos para proceder a despedir a los corteros sindicalizados. Para lo cual echó mano de la letra menuda de los contratos, que estipulan que ambas partes pueden rescindirlos unilateralmente con un mes de preaviso, esguince legal que en la práctica permite a los contratistas liquidar a sus trabajadores y cambiar de razón social cada vez que les dé la gana, hasta tres y cuatro veces al año. Por ejemplo, uno de los contratistas se llamaba a principios de 2012 Sociedad Agropecuaria Duque Botero, a mediados del año ya se llama Cañacor SAS, y desde el primero de enero de este 2013 se llama Agricosechas SAS. Todo eso con el fin de librarse de responsabilidades laborales, eliminar la antigüedad de los trabajadores y curarse de sindicatos. Corteros que llevan 15 o 20 años laborando en el ingenio, cada cuatro meses tienen que empezar de cero porque en el papel su empresa ya es otra, siendo en la práctica la misma.

Eso esguince legal fue el que los contratistas aplicaron a principio de enero, cuando, por la vía de no renovación de los contratos despidieron a 86 corteros, todos sindicalizados, incluida toda la junta directiva de la seccional, muchos con diez, quince y más años de servicio a la empresa. Vaya a saber por qué Luis Carlos no hizo parte de esa lista de despedidos, por la suerte tal vez. Como tampoco figuró en la lista de los otros doce que fueron despedidos después, algunos por participar en el plantón de protesta que corteros de varios ingenios realizaron el 16 de enero frente a las instalaciones de Asocaña.

Un dilema de conciencia

Es bien serio el dilema con el que Mauricio Muñoz quedó tras la muerte de su compañero Juan Carlos. “Yo me pongo a pensar en él, y me asalta un sentimiento de culpa —dice—. Porque si no hubiéramos iniciado el proceso del sindicato, estaría vivo. Pero también pienso que, con mucha pena y dolor por el compañero, el proceso debe continuar, porque se ha cometido una injusticia con nosotros. En este momento somos ya 98 los despedidos, viviendo de lo que los amigos y vecinos nos quieran dar”.

98 corteros que, debido a la sobreoferta de mano de obra en la industria cañera, no la tienen fácil para encontrar trabajo en otro lado, y tampoco tienen la capacitación ni los contactos para hacerlo en otro oficio.

“Me parece doloroso que un proceso sindical que se ha llevado bajo parámetros legales, tenga que poner muertos para llamar la atención de la opinión pública y del gobierno, que hasta ahora no ha hecho nada para presionar a la empresa a negociar el pliego que le presentamos”, agrega Muñoz, con una mirada que expresa mejor que sus palabras ese fuego cruzado de sentimientos que dejó en él el asesinato de su compañero.

“Asocaña se debería tocar con este problema —sigue diciendo— porque si no se arreglan las cosas, si no se escuchan nuestros reclamos ni se reintegran los compañeros despedidos, es muy posible un paro en La Cabaña”.

Un paro que potencialmente podría extenderse a ingenios donde hace presencia Sintrainagro, organización que aglutina a más de cuatro mil corteros y que anunció total respaldo a la lucha de los corteros de La Cabaña.

Las tribulaciones de Luz Aidé

Congestionada por una rabia y un dolor que no la dejan ni pensar, Luz Aidé Secua no sabe qué decir acerca de la muerte de su marido, ni se aventura a mencionar un posible móvil y autoría. Tiende a creer que lo asesinaron por su actividad sindical, porque no encuentra otra explicación, pues no le conocía problemas de otro tipo. El exceso de licor, que fue durante mucho tiempo la fuente  de sus mayores problemas, ya era cosa del pasado. Hacía un año que Juan Carlos había dejado por completo la bebida para dedicarse por entero a la crianza de Víctor Alejo, su hijo con Luz Aidé, quien tiene dos hijas más de una relación anterior.

“Yo sé que tengo que resignarme y seguir adelante con mis niños, pero va a ser muy difícil sin Juan Carlos. Mire, lo poquito que se iba a ganar en esta quincena ya lo teníamos destinado a los útiles del niño, ahora que entró a la escuela. Pero eso se fue en las vueltas del entierro”, agrega.

Lo único que el finado le dejó a Luz Aidé y a su hijo fue un pequeño lote de tierra, donde entre los dos cultivaban yuca y plátano en esos días en que él no tenía que ir al corte de caña. Porque no alcanzó a dejarle terminado el apartamento que estaba construyendo en el segundo piso de la casa de sus suegros. “Ahí quedó a medias, sin quién lo termine”, dice.

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