Por José Luciano Sanín Vásquez
Socio y exdirector de la ENS
El plebiscito hay que ganarlo y hacerlo con contundencia, porque con la aprobación ciudadana de los acuerdos que ponen fin al conflicto armado, el Presidente actual y los que elijamos en el futuro quedan obligados a implementarlos cabalmente, como lo ha dicho la Corte Constitucional.
Tenemos muchos argumentos para votar SÍ en el plebiscito, algunos todavía abstractos y lejanos para la mayoría de los colombianos. De allí la importancia de conversar sobre el significado del fin del conflicto armado, no solo por la inmensa posibilidad de realizar pedagogía política, sino también, y sobretodo, como antídoto contra la manipulación del odio y el miedo a la que estamos asistiendo.
Todos los colombianos hemos padecido de alguna manera el conflicto armado. Directamente ha afectado a más de 8 millones de víctimas, e indirectamente a quienes hemos sufrido la pérdida creciente de los derechos, la estigmatización, la criminalización de la protesta, el crecimiento del presupuesto para la guerra, la limitación de los recursos para la salud y la educación, la imposición del servicio militar obligatorio, etc. La guerra para todos ha significado una pérdida de libertades democráticas, y el fin del conflicto armado deberá significar entonces la posibilidad de reconstruir una sociedad más libre, más democrática e incluyente para toda la ciudadanía.
Para alguien como yo, con más de 25 años de militancia en la izquierda democrática y en el movimiento sindical, el fin del conflicto armado es el hecho más relevante de mi vida como ciudadano. Y lo es porque me correspondió vivir un momento de la historia desde una orilla de los acontecimientos, donde los sueños y los soñadores de un mejor país fueron arrinconados y asesinados; me tocó vivir gritando que “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. Por ello el fin de la guerra significa para mí el regreso de la esperanza, la posibilidad de poder luchar por un país más justo sin el miedo a perder la libertad o la vida; significa la oportunidad de un país en el que la izquierda y el sindicalismo puedan ser factores determinantes de su presente y futuro.
Para los hombres y mujeres que han padecido y siguen sufriendo de manera directa los efectos de la violencia, el despojo, el desplazamiento forzado, para los campesinos y trabajadores que viven en las zonas rurales, el fin de la guerra significará recuperar la tranquilidad, retornar a sus tierras, rehacer sus vidas, y organizarse para hacer realidad los acuerdos que establecen una reforma agraria integral y el compromiso real del estado con la reparación a las víctimas.
Para más de un millón de trabajadores y trabajadoras sindicalizados el fin del conflicto armado significará, ante todo, poder ejercer libremente su actividad de organización y reivindicación de derechos, y la posibilidad de encontrarse con 24 millones de personas que trabajan sin derechos y sin la libertad de pertenecer a una organización sindical.
Es la posibilidad de reconstruir al sindicalismo después de cuatro décadas de estigmatización, exclusión y violencia antisindical, y con ello avanzar en derechos y garantías para todos los trabajadores; es la posibilidad de movilizarse y avanzar en trabajo decente para todos, en libertad sindical, acceso a la justicia, derechos de las víctimas y democratización de las relaciones laborales. Estas son razones más que suficientes para movilizarse por el SÍ en el plebiscito.
El reto está en comunicar bien y tranquilamente este conjunto de razones, sencillas pero contundentes, a las y los 24 millones de trabajadores. Hay que conversar con ellos en sus lugares de trabajo, en las calles, en las tiendas y graneros, en sus lugares de formación y esparcimiento. Un acuerdo con empresarios, con el SENA y las Cajas de Compensación, se podrían abrir miles de conversaciones para este propósito, sería un buen ejemplo de construcción de la paz en las empresas.
Es urgente que quienes estamos convencidos del valor de la paz nos pongamos en los zapatos de los otros y nos preguntemos, antes que nada, qué significado tiene el fin del conflicto armado para la mayoría de los colombianos que no han sido militantes de la izquierda o de los movimientos sociales, que no han sido víctimas directas del conflicto armado, pero que sí han padecido su mayor impacto: la reducción de las libertades con el pretexto de la guerra y el recorte de los derechos, el aplazamiento de sus aspiraciones a una vida digna y a vivir sin temor.
Muchos de los colombianos que viven en las ciudades nunca han participado en unas elecciones, algunos porque no creen en la clase política, a la que ven como grupo delincuencial. Otros votan por candidatos clientelistas, obligados por la presión del despido o del hambre, o por amenazas, o por dádivas. El clientelismo no tendrá muchos incentivos para movilizar votos en estas elecciones.
Para este amplio sector de colombianos el significado del fin del conflicto armado depende de sus creencias y la percepción que se formen sobre los beneficios o pérdidas directas que le traerá aprobar o rechazar los acuerdos sometidos al plebiscito. Para ello será necesario ponernos a conversar, con tal intensidad que logremos romper el monopolio del debate capturado mediáticamente por Santos, Uribe y Ordoñez; poner en “mute” el precario y manipulado significado que se le está dando al fin de la guerra, para vencer el escepticismo y el miedo y sembrar la esperanza.
La campaña que se inicia nos da la oportunidad de hablar con las generaciones que no se alcanzaron a ilusionar con la política y el cambio social, con quienes vieron cómo se frustraron los logros de la Constitución de 1991. Nos toca conversar para romper su escepticismo y convencerles de darle una oportunidad a la paz, de darnos la oportunidad de vivir en una sociedad donde política y violencia no se mezclen, de darnos la oportunidad de expresar la indignación y de acabar con la corrupción, la pobreza, la desigualdad y la discriminación.