Los trabajadores del café, Los más precarios e informales de la agroindustria colombiana. Una mirada al sector

Históricamente la caficultura ha sido una de las fuentes de empleo más importantes en Colombia, responsable del 63% del empleo rural. Pero también es una de las mayores fuentes de empleo informal, entendido por esté el que tiene ingresos precarios, inestabilidad laboral, desprotección en seguridad social básica e imposibilidad de ejercer el derecho de la asociación sindical y negociación colectiva.

De ahí la importancia de analizar el rol de los trabajadores de la agroindustria cafetera, sus condiciones laborales y su entorno de vida, que es lo que se hizo en un estudio adelantado este año por la Escuela Nacional Sindical con apoyo de la ONG SOMO, de Holanda, en 4 grandes regiones cafeteras del país, del cual hacemos una amplia reseña en este informe.

A diferencia de los otros cultivos agrícolas de gran escala, en el del café siempre han primado los minifundios y las fincas de tamaño mediano, sin negar la importancia del rol de las grandes haciendas cafeteras. Según el Departamento Nacional de Planeación, en 2012 el 96% de los productores de café explotaba menos de 5 hectáreas y participaba con el 71,4% del área y el 69% de la producción. Esto no se da en otros sectores de la agroindustria.

También difiere por su expansión geográfica. Mientras que la agroindustria de las flores de exportación se concentra en Cundinamarca y Antioquia, el 96% del banano se concentra en Antioquia y Magdalena, y la palma de aceite en Meta, Cesar, Magdalena y Santander, en 2012 el 84.6% de las 974 mil hectáreas cultivadas en café estaban repartidas en 10 departamentos[1].  

En ese mismo año la caficultura generó 717 mil empleos directos, y de ella vivían 560 mil familias. Las flores contribuyeron con 130 mil empleos directos e indirectos en 2014[2], la palma de aceite con 141 empleos directos e indirectos en 2012, y el banano generó 100 mil de estos empleos en Antioquia y Magdalena.

Pero la gran diferencia entre la agroindustria cafetera y las otras grandes industrias agrícolas, es el régimen laboral, que en la caficultura es más precario y de alta informalidad. Esto porque son trabajadores olvidados dentro de la cadena de producción. El Estado y la institucionalidad cafetera se han centrado en el apoyo a la organización de productores bajo diferentes figuras: cooperativas, asociaciones, comités locales, etc., pero no hay experiencias relacionadas con la organización de los trabajadores ni la defensa de sus derechos.

La Federación Nacional de Cafeteros, fundada hace 88 años, siempre ha trabajado para promocionar la industria cafetera, nunca ha intentado implementar una política que favorezca a los miles de trabajadores asalariados, quienes no tienen ni propiedad para cultivar el grano, ni capital no humano para invertir en el sector. Nunca han tenido una organización de tipo sindical ni negociación colectiva, y en muy pocos han podido garantizar un sueldo igual o mejor que el mínimo legal.

El cafetero, un trabajo precario e informal

La caficultura demanda mano de obra constantemente porque el laboreo es todo el año: siembra, desyerbe, poda, recolección, despulpado, fermentado, lavado, secado, almacenamiento y venta. Y es el proceso de recolección el más importante para un caficultor, aunque sea estacional, no superan las 5 semanas.

Hay 3 clases de recolectores. Están los propietarios de fincas cafeteras pequeñas, que no superan las 2 hectáreas, donde el trabajo lo realiza principalmente la misma familia. Otros son los pequeños propietarios de tierra, cafeteros o no, que en épocas de cosecha ingresan como recolectores para poder subsanar los gastos familiares, vendiendo su mano de obra a vecinos o propietarios de fincas más grandes. Y están los recolectores “andariegos”, que conforman una población flotante que deambula de región en región según los tiempos de la cosecha. Es muy heterogénea, tanto en términos económicos como culturales y sociales; y es altamente vulnerable, empobrecida y subvalorada.

Una modalidad de pago en la caficultura es por jornal, o día laborado, y varía entre $15.000 y $30.000, dependiendo de las regiones y de si incluye o no la alimentación. Son jornadas de trabajo entre 8 y 10 horas. Es una modalidad muy utilizada para épocas de inicio o fin de cosechas y para sostenimiento y renovación de cafetales.

Para la tarea de recolección de café en época de cosecha la modalidad más usada es el pago al “destajo”, llamado también “kileo”. Consiste en estipular un precio por kilo de café recolectado en cereza, que suele variar entre $400 y $550, dependiendo de las regiones, épocas de las cosechas y la disponibilidad de mano de obra en la zona. La remuneración del trabajador se hace sobre este cálculo y normalmente la recibe cada fin de semana. Para un recolector que quiera trabajar a mayor velocidad y sacar mejores salarios, este tipo de contratación le resulta mejor.

Para el caso de las fumigaciones, el destajo funciona por la cantidad de galones vaciados o el número de hectáreas fumigadas. Para el mantenimiento o renovación de cafetales, aunque no es lo común, aplica el destajo por hectáreas trabajadas o palos de café sembrados, podados o deschuponados.

Como las cosechas se dan en tiempos diferentes según la altura y condiciones climáticas, siempre habrá regiones necesitadas de recolectores, que hoy escasean porque ya pocos quieren laborar en el campo. De esto da cuenta una reciente noticia que da cuenta de un déficit de 20.000 trabajadores para recolectar café en Andes, un municipio cafetero del suroeste de Antioquia. Ver enlace: https://www.las2orillas.co/buscan-20-000-trabajadores-para-la-recoleccion-de-la-cosecha-de-cafe/

Son recurrentes las quejas del gremio por la carencia de recolectores en tiempo de cosecha, que se explica por los programas de renovación de cafetales que aumentaron la productividad y la cantidad de café para recolectar. Pero también por la migración de trabajadores rurales a las ciudades o a otros sectores económicos, por la inconformidad y bajos salarios, y por la falta de renovación generacional en los trabajadores del café.

En efecto, es cada vez mayor la migración de trabajadores permanentes del café hacia otros sectores. Por ejemplo, las vías 4G han disparado en los territorios una gran demanda de mano obra que no requiere mucha experiencia laboral ni educativa, por lo que los trabajadores del café ven en ésta opción una oportunidad para cambiar de ocupación y mejorar sus ingresos. Además de poder contar con un empleo que provee afiliación al sistema de seguridad social, algo que nunca lograrían trabajando como recolectores. También hay migración hacia las regiones mineras[3], o a hacia otros productos agrícolas (cacao, curuba, granadilla, etc.), que ofrecen sueldos igual o mejores que los del café y con menos esfuerzo.

Carentes de relaciones laborales formales que los amparen, los recolectores andariegos venden su mano de obra al mejor postor mediante contratos verbales e informales, que en la mayoría de casos no se pactan con los dueños de las fincas sino con otros trabajadores que hacen las veces de patrones de corte, jefes de cuartillas o agregados. Contratan su trabajo por día, al jornal; o al destajo, por kilos o arrobas. Pero por lo general sus remuneraciones no superan el salario mínimo legal, y raras veces cuentan con los requerimientos laborales aplicables por ley.

Sin tierra para trabajar, sin hogar para vivir, sin familia establecida, sin dependencia de un jefe o trabajo estable, los recolectores andariegos valoran la libertad y viven el día a día, pero desprotegidos en su seguridad social. El hacinamiento y las deficientes condiciones de higiene en los “cambuches” donde se alojan, la mala alimentación que les dan en algunas fincas, la soledad y la desprotección en caso de enfermedad, sumado a lo lejos que están de sus seres queridos, son algunas de las cosas ingratas de su oficio.

Así las cosas, la decisión de seguir o no en una finca está mediada por el buen trato de sus superiores, las condiciones del campamento, la alimentación, el ambiente de trabajo y relación con los compañeros, las condiciones del terreno, la densidad de la siembra y tiempo de vida de los cafetales, las variedades de café y la cantidad de café existente en el corte.

Por el lado de los dueños y administradores de las fincas, la decisión de continuar con sus trabajadores la condiciona la calidad de la labor de éstos, su productividad y la disponibilidad de mano de obra en la región.

Por otra parte, es un sector altamente masculinizado. La presencia de mujeres es minoritaria, y las pocas que hay no son migrantes. En las fincas grandes su actividad principal es la preparación de alimentos en los campamentos, y en las fincas pequeñas, de producción familiar, se encargan de apoyar el beneficio del café, la recolección y la administración de las fincas. Hacen un trabajo familiar que no suele ser remunerado. En el estudio adelantado por la ENS se estableció que en el 31% de las fincas no hay mujeres trabajadoras, y en el 46.5% la contratación de mujeres es inferior al 10% del total.

Otro cuello de botella en la caficultura es la edad de los trabajadores. Según un estudio del PNUD realizado en el eje cafetero en 2014, la edad promedio de los trabajadores del café está en 55 años. No hay mucho joven laborando y quienes tienen más de 55 años ya no los enganchan, entre otras cosas porque no los cubre el seguro de accidentes laborales, que es una especie de seguro usado para evadir la afiliación a riesgos profesionales. Así que después de toda una vida dedicada al café, y muchas veces sin familia, estos trabajadores mayores caen en la pobreza, porque la gran mayoría nunca ha cotizado al sistema de pensiones. O sea que están totalmente desprotegidos.

El otro agravante es la ausencia absoluta de sindicatos que defiendan a los trabajadores del café. Libertad sindical y negociación colectiva son términos desconocidos en el sector. Casi todos los sistemas de certificación tienen capítulos sobre exigencias socio-laborales, que plantean que la libertad de asociación sindical y negociación colectiva son requerimientos para la certificación de productores de café. No obstante en Colombia tales requerimientos no tienen aplicabilidad.

Varias dificultades confluyen en esta situación: la falta de unidad de los trabajadores debido a su constante movilidad, la falta de un liderazgo claro que movilice el tema, el desinterés de los gremios cafeteros y la institucionalidad para apoyar la organización de los trabajadores, el riesgo que implica reclamar o exigir mejores condiciones en territorios rurales por fenómenos de violencia, la falta de información sobres los derechos y formas de exigirlos, y la falta de educación de los trabajadores.

Dificultades de la formalización laboral

En la industria cafetera los costos laborales participan con el 60% de todos los costos[4], un porcentaje que está muy por encima de casi todas las otras actividades económicas en Colombia.

Para formalizar el trabajo se requiere que el empleador afilie sus trabajadores al sistema de seguridad social (pensión, salud y riesgos laborales), además de pagarle las prestaciones sociales (cesantías, prima de servicio) y proveerle vacaciones. En total, la formalización laboral implica que el costo de un trabajador de salario mínimo aumenta en un 30%[5], un porcentaje alto considerando la debilidad económica de los pequeños caficultores.

En el tema pensiones es altamente preocupante. El 94% de los encuestados para el estudio que adelantó la ENS no cotiza a pensión, y el 80% no lo ha hecho nunca en su vida. Incluso el 85% de los trabajadores con más de 53 años no tiene ni una semana cotizada, y los que están entre los 18 y 27 años tampoco lo hacen. Son cifras dramáticas, mucho más si se tiene en cuenta el envejecimiento de la mano de obra en este sector. Cabe agregar que tanto los trabajadores como los pequeños productores y sus familias carecen de dicha protección.

Para esta generalizada desprotección pensional existen varias explicaciones y puntos de vista. Del lado de los productores, la principal dificultad se relaciona con la incapacidad que dicen tener para ofrecer condiciones de formalidad y estabilidad laboral a sus trabajadores. También por el carácter estacional de las cosechas, el perfil migrante y temporal de la mano de obra, y la variación constante del precio del café, que impide tener una proyección de los márgenes de ganancia frente a los costos de producción, de los cuales la mano de obra copa el 60% del total de costos.[6]

Del lado de los trabajadores está la imposibilidad de llegar a la edad de pensión (57 años para mujeres y 62 para hombres) con la cotización mínima en tiempo, debido precisamente a la generalizada informalidad laboral en el sector. Pero también hay asuntos de orden cultural que también desmotivan la cotización a pensiones, como la falta de una conciencia del ahorro, limitada además por los bajos ingresos; y la falsa creencia en que la asistencia social (régimen subsidiado de salud y otras ayudas sociales a la pobreza) sustituye la seguridad social.

Desde el 2010 el Presidente de la República y la Federación Nacional de Cafeteros suscribieron el Acuerdo por la Prosperidad Cafetera 2010-2015, por el cual se acordó formalizar el empleo de 300 mil empresarios cafeteros, quienes entrarían al sistema de seguridad social. Pero lo hecho hasta ahora es insignificante frente a la dimensión del problema. Además con la total ausencia del Ministerio de Trabajo y la inspección de las relaciones laborales en la caficultura, es casi imposible pensar en la formalización.

Los sistemas de certificación no inciden

 En los últimos tiempos han ganado fuerza y presencia en el mercado internacional los llamados cafés especiales y los sistemas de certificación de calidad, que marcan una nueva época y tienen implicaciones en materia laboral.

La mayoría de los sistemas de certificación incluyen exigencias en el manejo del medioambiente, pero también transparencia administrativa, requisitos que están relacionados con las condiciones laborales en las fincas cafeteras certificadas.

Por ejemplo, el sistema UTZ Kapeh exige que se adopten buenas prácticas de salud y seguridad del trabajador, de acuerdo con los convenios de OIT sobre trabajo forzoso e infantil, discriminación, igualdad, libertad de asociación y jornada de trabajo. Starbucks hace exigencias muy similares en temas socio-laborales y resalta la necesidad de garantizar la libertad de asociación y negociación.

Son exigencias que suenan bonito y son buena mezcla de estándares mínimos y derechos fundamentales. No obstante, teniendo en cuenta que la industria cafetera colombiana se estructura sobre condiciones informales, por fuera de la regulación estatal y el Código Sustantivo del Trabajo, hay pocas posibilidades de que se garantice la implementación de esos estándares mínimos laborales.

La discrepancia entre las exigencias de los sistemas internacionales de certificación y la realidad vivida por miles de trabajadores cafeteros del país, es un asunto que requiere mucha más intervención, trabajo y compromiso, tanto por los mismos sistemas de certificación como por la FNC, y sobre todo por el Estado colombiano.

Perfil de 3 recolectores

Uno no es de aquí o de allá, uno es del café, de donde esté rojo y maduro el grano”, dice Alejandro Pujimuy, oriundo de Putumayo. Su estatura, el color de su piel y los rasgos de su rostro delatan su sangre indígena. Tiene 19 años y es recolector andariego desde los 16, pues esa es una práctica común en su familia y en esa zona del país, donde aprendió oficios agrícolas en la pequeña parcela de sus padres.

Alejandro trabaja hace 3 meses en Andes, suroeste de Antioquia, en una finca cafetera mediana que emplea informalmente a 18 trabajadores, la mayoría andariegos como él. Llegó allí por recomendación de unos paisanos después de trasegar por  Huila y Caldas. En su mochila lleva lo necesario para su vida trashumante: ropa, botas, el machete, artículos de aseo, un radio para escuchar música en el cafetal y un celular para comunicarse con los suyos. De sus costumbres indígenas y tradiciones musicales poco conserva. Ahora disfruta del reggaetón, la música electrónica y Facebook para comunicarse con sus amistades.

Prefirió radicarse en Andes por el buen trato de los capataces de las fincas y por el mejor pago del kilo recolectado. En una semana recolecta 480 kilos, y por ellos recibe $192.000, suma que le permite cubrir la cuota de alimentación en la finca, ahorrar para los pasajes de su próximo viaje (al Tolima), y enviar algo de dinero a sus padres.

Otra vida andariega es la de Antonio Usma, de 48 años y recolector desde los 10 años, oficio que aprendió en su pueblo natal, donde es tradición que luego de la jornada escolar los niños vayan a los cafetales a coger granos en compañía de sus padres. De 15 años se fue de la casa a buscar suerte, y como recolector ha trabajado en el norte del Valle, en Tolima y Caldas, lo cual ha tenido efecto en la constitución de su familia: tiene 3 hijos con mujeres diferentes y en la medida de lo posible responde por ellos como padre.

De todas las labores del café, Antonio la recolección pagada por kilo o arroba es la que le resulta más atractiva. Aunque implica no tener sueldo fijo ni contrato estable, es para él la más rentable dado que sus ingresos dependen de su esfuerzo y el tiempo que le dedique a la labor. Por las labores de mantenimiento y renovación de cafetales las remuneran con salarios que casi nunca superan el mínimo, y sin prestaciones sociales; o por un jornal al día que casi nunca supera los $20.000 en el sur del país y $25.000 en Antioquia, descontando la comida.

Antonio prefiere trabajar en fincas pequeñas, pues en las grandes, que en cosecha reclutan más de 150 o 200 trabajadores, la convivencia se hace complicada por la diversidad de culturas y genios de la gente. Y entre todas las regiones prefiere el suroeste de Antioquia, porque los “cuarteles” allí son más adecuados, hay más control y aseo. En cambio en Tolima, por ejemplo, hay partes a las que llega y no hay ni siquiera agua, tiene que bañarse en las quebradas.

Antonio nunca ha cotizado a pensión, pues todo lo que gana, dice, se le va en el gasto diario. Entre tanto el tiempo pasa, su cuerpo se desgasta, y en unos años le resultará difícil acceder a un trabajo, pues a los finqueros no les gusta contratar a personas de edad avanzada para no asumir riesgo de accidentes o enfermedades. “Uno ve mucha gente que ha malgastado la vida en este oficio y llega a la vejez sin un peso, que terminan como indigentes porque lamentablemente el trabajo del recolector no es muy apreciado, y no hay una entidad que apoye para que tengamos una pensión”, dice Antonio.

Y está el caso de Jorge Meneses, de 28 años, de La Unión, Nariño. Sus padres lo introdujeron en la recolección de café desde niño. De 13 años arrancó para el norte del Tolima, donde por $12 mil diarios trabajaba de 7 am. a 5 pm. en labores de cosecha, deshierbe, fumigación y mantenimiento de cafetales.

Cansado por las agotantes jornadas y aburrido con el pago, volvió a su casa en Nariño, para descubrir que ese lugar ya no le pertenecía, que prefería recorrer el país como cosechero. A los 16 años viajó a Ciudad Bolívar, Antioquia, donde vagó de finca en finca, mal pagado y con malas condiciones de alojamiento, por lo que decidió trasladarse al departamento de Caldas, y de ahí al Huila, donde trabajó en varios municipios. Desde entonces es interminable lista de municipios donde ha cogido café.

Este es un trabajo duro, toca cargar grandes pesos y aguantar lluvia y sol de 6 de la mañana a 6 de la tarde, y rendir bien en el trabajo para sacar 120 kilos al día en  cosechas normales, y 250 kilos en cosechas buenas, A veces uno está contento y a veces aburrido, hasta desesperado, porque lo que uno gana ni alcanza para ayudar a la familia”, dice Jorge, para quien lo más duro de este oficio es la inestabilidad, la falta de garantías y de prestaciones sociales.

[1] Huila, Antioquia, Tolima, Cauca, Caldas, Valle, Risaralda, Santander, Cundinamarca y Cesar. Datos tomados de la Federación Nacional de Caficultores de Colombia (FNC). “Área cultivada con café en Colombia, a nivel departamental”.

[2] Véase: Asocolflores. Flor y Cultura Colombiana. Revista de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores. Mayo de 2014. https://www.asocolflores.org/aym_images/files/Asocolflores.pdf

[3] Uno de los 10 puntos que el movimiento “Dignidad cafetera”  intentó negociar con el gobierno a principio de año para contener un paro nacional ante una crisis sostenida del sector, tuvo que ver con este punto, rechazaban la minería ilegal en zonas cafeteras por la competencia que significaba para consecución de mano de obra. Ver: Dignidad cafetera pone ocho condiciones para frenar el paro nacional. En: El Colombiano, 10 de abril de 2015. Disponible en: https://www.elcolombiano.com/dignidad-cafetera-pone-ocho-condiciones-para-frenar-el-paro-nacional-GH1687967

[4] Citado en: Rocha, Ricardo García. 2014. “Informalidad laboral cafetera: rasgos, determinantes y propuestas de política”. Archivos de Economía. Documento 418. Departamento Nacional de Planeación (DNP), p.5.

[5] Un cálculo hecho, teniendo en cuenta que el aporte del empleador para salud de su empleado será el 8,5% del salario (el salario mínimo mensual legal vigente para 2015 es de $644.350), el 12% para pensión, para riesgos laborales depende de la labor (se oscila entre el 0,522% hasta el 6%) y para los parafiscales 9%.

[6] Rocha García. 2014. Op cit.

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