Con el pretexto de combatir el desempleo se han hechos reformas que han afectado los derechos de los trabajadores.
Por Catalina Suarez, investigadora de la ENS
En abril, Colombia alcanzó la cifra más alta de desempleo, (19,8% para todo el país y 23,5 % para las 13 principales ciudades). Nunca en la historia se había registrado tal porcentaje de trabajadores desempleados. El número es más alto que en la crisis de 1999. Por esos años, la cifra de desempleo en Colombia fue hasta del 20,2% y hubo tasas de (de)crecimiento económico hasta cerca del -5%.
Esas cifras de desempleo y de decrecimiento económico de finales de siglo pasado y comienzos de este fueron fundamentales para la elaboración de las políticas públicas que le siguieron: la reforma de flexibilidad laboral 789 de 2002 o el génesis de las políticas de “confianza inversionista” de los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018). Estas reformas implicaron una profunda transformación en la política monetaria y cambiaria del país a favor de la libre movilidad de capitales y protecciones especiales para el capital transnacional (a través de los Tratados de Libre Comercio). Así se consolidó la globalización neoliberal iniciada en los 90, la cual hubiera sido difícil de conseguir políticamente de no haber sido por las presiones políticas del desempleo.
Es evidente que estas dos crisis son distintas, pero también es cierto que se dan en el mismo sistema económico de relaciones de producción y distribución (el capitalismo) que ha revelado tiene un funcionamiento en el que los choques estructurales que reducen el crecimiento económico crean estímulos de mercado que elevan la desigualdad. Las consecuencias son mucho más graves en países con regímenes políticos sin un sistema de redistribución fiscal fuerte y/o con economías con baja productividad y altas tasas de informalidad (tanto laboral como empresarial), como en la mayoría de países de Latinoamérica.
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El caso del desempleo en Colombia
Con la crisis de 1999 hubo un choque externo que afectó gravemente la producción nacional, se dio la destrucción de puestos de trabajo, de forma acelerada, pero no repentina, fue de manera progresiva. En 1998 la tasa de desempleo fue del 15,2%, en 1999 del 19,4%, en el 2000 fue de 20,2% y en 2001 fue el 18,2%; y no estuvo acompañada de una contracción de la mal llamada “población económicamente activa”; la Tasa Global de Participación durante los años de la crisis del 1999 siguió creciendo y pasó del 62,2% en 1998, al 63,3% en 1999, al 64,1% en 2000, y al 63,7% en 2001.
Ahora bien, en cuanto el tipo de ocupación, en el año 1998 el 30% de los ocupados eran cuenta propia y el 64% asalariados, en el año 2000 el 34% era cuenta propia y el 57% asalariado, para el año 2007 la tasa de asalariados era del 53%, y ya en el 2019 era del 50,2% (con mucha más proliferación de diversos tipos contractuales) y una tasa de trabajador por cuenta propia del 42%. Por su parte el coeficiente de GINI para 1997 fue de 0.48, para el 2000 de 0.50 y para el 2018 del 0,517. (Datos del DNP y DANE)
Estas cifras generales muestran la configuración de nuestro mundo del trabajo en las últimas décadas. También revelan el por qué somos tan vulnerables frente a la actual crisis sanitaria, en la que hay una destrucción de puestos de trabajo (y muchos con alta inseguridad contractual) y una contracción aguda en la posibilidad de ocuparse por cuenta propia o buscar otro trabajo, por lo que se pasa a la “inactividad”. Así la Tasa Global de Participación, como nunca antes en la historia desde que se tiene cifras, según el DANE, pasa del 62,2% en abril de 2019 al 51,8% en abril de 2020, lo que significa 4 millones menos de personas fuera de los circuitos económicos del mercado, o por lo menos, fuera de las mediciones oficiales.
Es evidente los distintos riesgos individuales y sociales actuales que el sistema económico ha dejado, y su agudización en una fase de “recuperación” guiada por los supuestos de política económica dominante. Tenemos que la vida humana está en riesgo y a esto le sumamos las condiciones precarias y de vulnerabilidad del mundo de trabajo que han traído las reformas neoliberales de flexibilización, privatización y liberalización.
Así las cosas, es oportuno hacer esta lectura bajo la luz histórica de que el desempleo es una variable de ajuste político fundamental en el sistema capitalista. Entonces, o hacemos reformas bajo el paradigma económico hegemónico, con consecuencias nefastas sobre el tejido social, o apostamos por alternativas que logren una mejor conciliación entre unas condiciones de vida seguras y dignas para las mayorías y el crecimiento económico.
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