Usar la luz para reescribir el mundo

Por Juan Bernardo Rosado Duque

Director de comunicación pública ENS

“Un fotógrafo es alguien que escribe con la luz, alguien que reescribe el mundo jugando con luces y sombras”. Así define Win Wenders esta noble profesión de rescribir las memorias de la vida en un documental sobre un ser humano que se hace querer desde el primer plano  y que ha conmovido a la humanidad desde hace 40 años con una obra basta, compleja, hermosa, pero sobre todo perfectamente entretejida.

Sebastiao Salgado es un economista brasilero, y de esos hay muchos. Pero este economista, exiliado en Francia, en 1973 dejó un trabajo cómodo en el Banco Mundial, por una cámara fotográfica y con su mujer y productora decidió cambiar de oficio y dedicarse a “escribir con la luz” y se fue por el mundo a reescribir lo humano.

Su obra no es fruto de afortunadas coincidencias, de estar en el lugar justo, en el momento exacto, con la luz adecuada. El suyo y el de su mujer es un trabajo detallado de planeación y preproducción, de largos viajes y muchas horas tomando cientos de fotografías, hasta lograr el encuadre perfecto y después un arduo trabajo de edición que culmina en libros soberbios que no solo conmueven o emocionan sino que educan y claro denuncian.

Las fotografías ganadoras esta noche no son tampoco ningún fruto del azar o de la buena luz o de cámaras que obturan rápidamente, son la combinación de la sensibilidad, el conocimiento y la preparación previa de sus autores, y el trabajo de 1365 fotógrafos, de 39 países que nos mandaron 4.780 imágenes.

Salgado es economista y fotógrafo, pero es sobre todo un trabajador de la imagen, esforzado, dedicado, apasionado, laborioso que ha vivido con sus personajes, los pobres del mundo,  enormes tragedias y algunas esperanzas. Que ha llorado junto a las víctimas en Angola y en Rwanda, junto a los bomberos en Kwait, con los mineros brasileros y los campesinos de tantos países por los que ha pasado.

Salgado es un desplazado, un refugiado, errante por un planeta que parece viajar más rápido cada vez, un planeta que parece volverse un poco más despiadado cada día, en donde toca a los trabajadores ser cada día más competitivos y en el que las posibilidades de contar con trabajo decente para todos parecen menores cada vez.

Y trabajadores son los que se organizan en sindicatos, en Colombia parecen ser pocos, aunque hay más en los últimos años. Pero volver a crecer después de tres décadas de caer, ha costado un esfuerzo titánico y doloroso. En los últimos tres años hemos recorrido el país acompañando, asesorando, auxiliando a los que se atreven a sindicalizarse e invitando a otros a hacerlo. Ha sido todo una experiencia que habrá que contar en su momento.

Hay pocas cosas que generen más riesgo en la vida de un trabajador colombiano que atreverse a crear un sindicato y sin embargo hoy hay 100 mil héroes más en el movimiento. Y estando en tantas reuniones y talleres y entrevistas o leyendo tantos testimonios de estas gentes que deciden algún día cooperar para salir de la explotación, he encontrado sobre todo a personas  sencillas que como dice un colega que admiro descubren que esos derechos existen y se dan cuenta que es de lo más normal ejercerlos y que además es urgente. Las consecuencias de ese ejercicio no son pocas, sus vidas cambian radicalmente en ese momento y su lugar en el mundo también. Pero hay que decirlo en Colombia la gente se sindicaliza por desesperación y no por mejores salarios, por el estrés de jornadas extenuantes, por el maltrato frecuente, por las sanciones inapelables, como lo dicen muchos madres y padres para volver a tener tiempo de ver crecer a sus hijos.

Un ejemplo, Industrias Ramo ese paradigma de la reputación y la calidad, ha padecido un modelo explotador toda su vida y el martes santo de este año fingió una quiebra por algunas horas, encerró a casi 300 de sus trabajadores en un club del municipio de Mosquera en Cundinamarca y bajo amenaza de perderlo todo les obligaron armados de abogados y sicólogos y trabajadores sociales a una renuncia “voluntaria”. Entre los despedidos estaban todos los 122 que habían decido organizarse en un sindicato un año antes. Por eso en la ENS no comemos chocoramo ni productos de esa empresa y les invitamos a no hacerlo más.

Este concurso que ya no es joven ni pequeño existe para reivindicar el trabajo de los invisibles y de los explotados de la sociedad que no son sino 21 millones de personas en este país, los que laboramos. Y el trabajo de los fotógrafos que también son explotados y también son mal remunerados y como dicen los de aquí, tantas veces tuvieron que trabajar en la BBC, no en la British Broadcasting Corporation, ni en la Bogotá Beer Company sino en Bodas, Bautizos y Comuniones.

Los admiramos, sus imágenes nos conmueven y nos ayudan mucho para hablar del trabajo y para hacerlo públicamente.

Les agradecemos a la secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín y al Ministerio de Cultura su apoyo para seguir registrando el amor de los fotógrafos por la especie trabajadora y su emoción por las difíciles condiciones que padecen.

Este concurso tan vivo, no lo estaría tanto sin la solidaridad de Oswaldo León Gómez y de Confiar Cooperativa Financiera, no sabemos cómo agradecer una solidaridad a prueba de balas.

Hace 18 años un amigo dijo en este mismo acto: “Este concurso de fotografía, todavía novato, quiere apuntalar esta tarea” de dignificar a los trabajadores “porque en Colombia los mecánicos necesitan su Ann Leibovitz, las fruteras su Richard Avedon, las oficinistas su Robert Capra” y diría yo las modelos y los actores y actrices su Sebastiao Salgado “… para que los vean y para que no se nos olvide  que fuimos todos nosotros, trabajando, los que construimos Tebas” como en el poema de Brecht.

Y es un concurso que se sueña la paz con trabajo decente, con sindicatos fuertes y erguidos, con diálogo social eficaz pero también con más conflictos no violentos en la que cada vez más fotógrafos y narradores y cronistas nos ayuden a rescribir el mundo y a seguir soñando con trabajo decente para todos.

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