Soy trabajadora doméstica, tengo derechos como usted

Por Claribed Palacios García. Presidenta de Utrasd

Este relato fue escrito por una trabajadora doméstica, a quien por cosas del destino le ha tocado en suerte presidir el sindicato nacional de trabajadoras domésticas (Utrasd). Hoy, Día Nacional del Trabajo Doméstico, queremos compartir con nuestros lectores este bello y sincero testimonio:

Cuando escucho hablar de trabajo doméstico me incomodo bastante. Por las siguientes razones:

La mayoría de la gente cree que quienes trabajamos en casas de familia no tenemos sentido por la vida, no tenemos modales, somos bruscas, y servimos para hacer todas las labores pesadas. También se cree que nuestro cuerpo sirve para alimentar el deseo de un macho insatisfecho en un hogar, que no sabemos de etiqueta y protocolo, y que  leer y escribir está lejos de nuestro alcance.

Asimismo, se refieren a nosotras como si fuéramos cualquier cosa, o se nos nombra de cualquier manera, como para salir del paso. Es claro que quienes así actúan creen que no somos merecedoras de un trato digno, igual al que recibe el resto de los mortales.  

Hay una larga lista de actitudes y acciones que parecen elaboradas para hacernos sentir mal y despreciarnos como mujeres, ya que el trabajo doméstico es altamente feminizado. Pienso que si esta labor la realizaran mayoritariamente los hombres, seguramente éstos ya contarían con todos sus derechos laborales y para nada se les afectaría su dignidad humana.

Hablar de trabajo doméstico significa reconocer derechos, eso lo deben saber todos los empleadores, así a algunos les incomode o no quieran cumplir las normas vigentes. Yo soy trabajadora doméstica, y para mí, y para todas nosotras, sería más sencillo si la sociedad nos reconociera como personas sujetas de derechos, nos respetara nuestra dignidad humana y como mujeres trabajadoras.

La mayoría de trabajadoras domésticas somos jefas de hogar, por lo que nos toca trabajar doble y hasta triple jornada. Así que sería bueno que la sociedad y nuestros empleadores hicieran un análisis sencillo de nuestra vida y nuestras emociones. Se darán cuenta que realizar el trabajo doméstico no es tan fácil como algunos creen.

Les voy a contar cómo puede ser un día laboral en este oficio tan poco reconocido y valorado. El recorrido de una trabajadora doméstica que, supongamos, vive en el barrio Caicedo, centro-oriente de Medellín, y trabaja en una casa del municipio de Envigado.

Para estar en su trabajo a las 7 de la mañana, esta mujer se debe levantar desde las 4, con tiempo apenas suficiente para hacer la comida de sus hijos, barrer, recoger el desorden, bañarse, organizarse y salir para estar en la parada del bus a la 5 y media. Si le va bien con el tráfico, a las 7 está en su puesto de trabajo.

Tan pronto llega se pone el uniforme y empieza la jornada: barrer, asear, cocinar, sacar el perro, limpiar los vidrios, lavar el parqueadero, servir los alimentos, planchar, son las tareas. Pero en medio de éstas, pocas veces escucha decir: fulanita, siéntese a desayunar o a almorzar, o haga una ligera pausa. No, en el trabajo doméstico eso casi nunca se escucha, porque a nosotras casi nunca se nos ve como personas. Se nos ve como robots con pilas superdurables. Porque este es un oficio que entre más se hace, más resulta que hacer.

A quienes trabajamos por días sí que nos sucede eso. Nos contratan un día para sacar la mugre de todo el mes, y entonces, con las ganas y el el afán que uno tiene de dejar todo limpio, nos dejamos explotar. Nunca alzamos la mirada para decir: es mi hora de desayuno, necesito comer tranquila.

En nuestro trabajo no se habla de pausas activas. Se cree que es un trabajo en el que la columna vertebral no parece sufrir, ni nuestros brazos se desgastan. De eso no se habla porque, como supuestamente es un trabajo fácil y las que lo hacen no tienen estudios, eso no representa ningún problema.

Si la trabajadora se enferma y ya no rinde como antes, pues la despiden. Si se embaraza va de echada, y así sucesivamente. Arbitrariedad tras arbitrariedad, cada vez con mayor vehemencia. Parece que en nuestro país la ley se hace para endurecer el corazón de las personas. En el caso nuestro, la ley dice que tenemos derecho a nuestras horas de descanso, a tiempo para tomar los alimentos, a prestaciones sociales, a seguridad social, a trato digno. Pero todo eso se queda en el papel. En la práctica, estamos lejos de gozar de esos beneficios.

Y si una reclama, ponen el grito en el cielo. Dicen que somos desagradecidas. Supuestamente deberíamos estar es contentas, “por el trabajito que nos dan. “Cuánta gente está en la calle aguantando hambre, y usted aquí con techo y comida”, le dicen a una. Así la comida sean los recalentados que a veces nos dan.

Lo anterior no significa que todos los empleadores de trabajadoras domésticas sean malas personas. Que eso quede claro. Pero la verdad es que son muy pocos los empleadores que valoran y respetan la persona y la labor de las trabajadoras domésticas. Muy pocas de éstas tienen garantías laborales y trabajan en equilibrio entre lo económico y lo humano.

El trabajo doméstico no debería ser motivo de afrenta. Debería más bien ser uno de los oficios más valorados socialmente, no solo por nuestro aporte al bienestar del hogar sino también al producto interno bruto del país, que es del 20%, eso ya está medido.

Otra cosa es que las condiciones de precariedad en las que muchas mujeres realizan su labor en los hogares, les impide expresarse con libertad, manifestar sus deseos, sus angustias. Yo quiero preguntarles a los empleadores y empleadoras si alguna vez han pensado en los problemas, o en los sueños, de sus trabajadoras domésticas.

Si alguna vez han pensado en la probabilidad de que, de haber tenido una oportunidad, esa mujer que les sirve en su casa podría ser la gerente de la empresa donde trabajan. O quizá la abogada de la familia, o la médica de su EPS, o la maestra de sus hijos, o tal vez una chef reconocida. Pero por lo pronto simplemente pedimos ser trabajadoras domésticas con garantías suficientes para el goce efectivo de nuestros derechos.

Lo que quiero decir es que nosotras estamos en capacidad de ser todo lo que he mencionado, y más, si de por medio se nos ofrecen oportunidades. Pero las condiciones de trabajo que nos imponen nos impiden hasta lo más elemental, que es tener un trato digno y un salario justo. Es un trabajo sin oportunidades de progreso.

En las relaciones de poder al interior de los hogares nosotras somos marginadas. No quiero que piensen que estoy reclamando un trato igual al de la familia del hogar donde laboramos, lo que reclamamos es un trato de personas con derechos iguales a los de todos.

No estamos pidiendo limosna. Exigimos que nos cumplan nuestros derechos, nosotras ya sabemos que tenemos deberes y cuáles son. Lo que buscamos con las luchas que adelantamos con nuestro sindicato, es que nos reconozcan como trabajadoras con derechos, que se dignifique nuestra labor, que se equilibren los deberes y los derechos.

Queremos que usted, a quien le gusta tener su ropa limpia y su casa en perfecto orden, pero no tiene cómo pagarle a la empleada lo que dice la ley, mejor no la contrate. Haga usted mismo sus cositas, no maltrate, no explote, no discrimine a quien trabaja en su casa. Usted no sabe las vueltas que da la vida, y en estos altibajos de pronto le toque salir de su zona de confort y emigrar a otro mundo laboral en el que, por necesidad, termine siendo trabajador o trabajadora doméstica.

Soy trabajadora doméstica, soy persona, soy humana, tengo sueños y esperanzas. Reconocer mi trabajo es una forma de equilibrar la balanza.

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