El sindicalismo colombiano es débil y la democracia y sus expresiones básicas también lo son. Hay que tener más y mejores sindicatos.
Por Luis Ignacio Sandoval M.
La población colombiana llega a 49.291.925 personas; forman la PEA (Población Económicamente Activa) 24.696.587. Están ocupadas 22.382.580. Están sindicalizadas 1.424.048. Quiere decir que los sindicalizados son el 5.8% de la PEA y el 6.4% de la población ocupada.
De cada 100 trabajadores, formales o informales, unos con trabajo otros desempleados, solo 5 ó 6 pertenecen a alguna forma de organización sindical. Estos son datos del Censo Sindical efectuado por el Ministerio de Trabajo en 2017 y publicado a comienzos de 2018 con la cooperación de las centrales sindicales. Eso antes de la pandemia y de la grave desaceleración económica que ha traído.
Tan exigua presencia sindical reduce la posibilidad de ejercer los derechos laborales consagrados en la legislación nacional y los convenios internacionales, dificulta las relaciones laborales y hace insuficiente la representación de los trabajadores ante empresarios y gobernantes. La democracia misma, en sus expresiones básicas de libertad y equidad, es la que se mantiene enana y sin vigor por la debilidad del sindicalismo. Si se quiere más y mejor democracia, más y mejor economía, es preciso tener más y mejores sindicatos.
Claro, no se trata del tipo de sindicalismo que fue vigente en el siglo XIX y gran parte del XX. El mundo de la economía y, por ende, el mundo del trabajo, ha cambiado abismalmente. Estamos en un mundo con un altísimo grado de globalización, informatización, desregulación, tercerización y precarización… las condiciones de trabajo de todos los trabajadores, pero en particular las de jóvenes, mujeres, técnicos y profesionales son muy distintas a las de antaño.
Puedes leer:
Todo ha cambiado menos la estructura, los roles y la forma de funcionar de los sindicatos, en la medida que es necesario. Para no alargar la descripción del desfase entre realidad y sindicalismo, que prácticamente todo mundo ve y lamenta, podemos decir que mantenemos un sindicalismo que corresponde, en su mayor parte, a la primera y quizá segunda revolución industrial cuando ya estamos entrando aceleradamente a la cuarta. La inteligencia artificial en auge desplaza rápidamente a millones de trabajadores de carne y hueso.
El mundo del trabajo se ha ensanchado enormemente, aunque no lo parezca, porque con frecuencia cada vez mayor el trabajo se hace en casa con un portátil, una tableta o inclusive un celular. El mundo del trabajo es más amplio y complejo, pero al mismo tiempo más difuso, invisible e inasible. A veces el trabajador, hombre o mujer, ni siquiera sabe para quién trabaja, ni quién le paga, ni quién responde laboralmente. Se impone el cuentapropismo. Estamos, en este siglo XXI, en plena sociedad o posmodernidad líquida como caracteriza este tiempo el sociólogo polaco-británico recientemente fallecido Zygmunt Bauman (1925-2017).
“La desregulación de las fuerzas del mercado y la rendición del Estado ante la globalización ´negativa´ unilateral (es decir, la globalización del capital, el crimen o el terrorismo, pero no de las instituciones políticas y jurídicas capaces de controlar a las primeras) tiene un precio que debe pagarse en forma de trastornos y devastación sociales; en forma de una precariedad sin precedentes de los vínculos humanos; en forma de fugacidad de las lealtades comunales y en forma de fragilidad y revocabilidad de los compromisos y solidaridades” (Miedo líquido, pág.174, 2007).
La pertenencia al mundo global con esas características explica, en parte, las limitaciones del sindicalismo colombiano. Aquí hay otros factores adicionales de explicación: la mínima asimilación de la presencia sindical como parte del juego y la institucionalidad democrática, el uso brutal de la violencia estatal y paraestatal para responder a la legítima protesta laboral y social, la larga historia de guerra interna en el contexto de la cual uno de los actores más victimizados ha sido el sindicalismo. Más de 3000 sindicalistas asesinados y más de 500 sindicatos destruidos en un largo cuarto de siglo le otorgan el carácter de sobreviviente heroico al 5.8% de la PEA organizado y activo. Hay circunstancias endógenas de diversa índole que también contribuyen a limitar el alcance de la acción sindical.
El mundo del trabajo no se agota en la empresa formal y el sindicato formal. Juntas comunales (esfera de la reproducción), asociaciones gremiales y profesionales, organizaciones solidarias, agrupamientos diversos de la informalidad, y aún organizaciones de campesinos y comunidades étnicas ancestrales, forman parte del inmenso abanico de formas de trabajo hoy existentes y resilientes.
Te puede interesar:
La inmensa tarea pendiente de reparación del sindicalismo no puede consistir en restaurar realidades pasadas, consistirá ante todo en darle al sindicalismo la estatura que reclaman los retos presentes y venideros. Para avanzar en democracia, paz, equidad, desarrollo, los trabajadores y trabajadoras, el país en su conjunto, necesitan más y mejores sindicatos.
Esta breve nota solo busca llamar la atención sobre un problema estructural grave que les corresponde abordar a los propios trabajadores, pero que es de incumbencia de todas las fuerzas académicas, culturales, sociales y políticas que buscan vías democráticas para superar los altísimos niveles de desigualdad que afectan a Colombia. Sin fuerza social activa, esto es, sin movimientos y partidos de definido carácter social no se hace realidad el Estado social de derecho. Sin avance social no llega la paz. Bienvenido el debate al respecto.