Flora Perea, la mujer afro que lucha por los derechos de las trabajadoras domésticas

La alegría de Flora Perea, contrasta con todos los momentos duros que tuvo que vivir; tenía apenas nueve años cuando su madre la entregó a una familia más adinerada, como ocurre tradicionalmente en su cultura chocoana, porque cuando una menor de edad comienza a crecer, suele ser entregada a una familia de mejores condiciones económicas para que les den mejor vida, pero eso derivó en un abuso sexual que debió afrontar por parte de un señor en esta casa; este inicio doloroso, marcó la fortaleza que tendría Flora desde su interior, para liderar causas a favor de las empleadas domésticas.  

Con tan solo nueve años, tuvo que dormir dos días en la calle buscando a algún familiar; como en ese entonces no había teléfonos, no tenía forma de buscar ayuda o contactarse con ellos. Casualmente, un tío la vio en el camino y regresó a su casa sin querer contarle nada a su madre, que interpretó la situación como si ella no hubiese querido trabajar.

A su tío tampoco le dijo el porqué se había ido de esa casa, solo cuando encontró a su tío lo abrazó y le dijo:

  • Tío, quiero que usted me lleve donde mi mamá. Por favor lléveme de nuevo a Istmina.
  • El tío respondió: mija, en este momento no tengo plata, pero espérese hasta el sábado que me paguen, y yo ahí la mando donde mi hermana.

Llegó a la ciudad de Medellín con 14 años y vivió algo horrible dentro de estos hogares donde trabajó, que fueron muchas casas. Lugares donde estuvo trabajando y a grito pedía que hubiese alguien que quizás levantara la voz por ella, que hablara por sus necesidades. Y pasaron los años, se convirtió en madre, tuvo dos hijos y en el 2013 se encuentra con la Escuela Nacional Sindical, ahí empezó a conocer el mundo del sindicalismo.

Cuando llegó a ese espacio donde la invitó esa compañera, también chocoana y trabajadora doméstica, se encontró con la realidad que era un sindicato, porque ahí hablaba Sandra Muñoz, de sindicato. Y Flora asustada, con miedo, preguntándole a María Roa: “María, ¿y por qué habla? ¿Por qué dicen sindicato? ¿Por qué no dicen mejor que esto es un grupo nada más?”, expresó desconcertada en esa época.

Porque tenía el prejuicio que los sindicalistas los han tildado por peleadores, por revolucionarios y por salir a las calles a tirar piedra. Entonces solo pensaba en eso, y no se imaginaba en las calles generando afectaciones los bienes públicos.

Mientras las compañeras se reían de ella, más que con sarcasmo, con su ingenuidad por el desconocimiento, se presentó Sandra, se presentó Viviana y empezaron a hablar. Sandra empezó a explicar en qué consistía un sindicato, y a partir de ese día, el concepto de este mundo del sindicalismo, cambió.

“Cambió radicalmente. Yo salí de ahí con una perspectiva diferente, salí contenta, salí alegre, salí bien. Porque yo decía, Dios mío, yo tantos años queriendo escuchar que alguien se fijara en las trabajadoras domésticas en este trabajo que nosotras hacemos”, manifestó Flora Perea en diálogo con la Escuela Nacional Sindical.

Y encontró un espacio, donde había dos mujeres tan jóvenes y que les explicaron el motivo para unirse a observar a fondo el tema del trabajo doméstico en Antioquia. Que fue una investigación que la Escuela Nacional hizo con CARABANTÚ y estuvieron en diferentes comunas de Medellín, en los barrios más populares, mirando cómo era el tema del trabajo doméstico. Eso la enamoró, la enganchó y por eso hoy dice orgullosamente, que es sindicalista.

Así se agruparon para conformar el sindicato Unión Afrocolombiana de Trabajadoras Domésticas (UTRASD), donde hay alrededor de 900 mujeres luchando por acceder a mejores condiciones laborales.

Entonces, viviendo el acoso sexual, posteriormente tuvo que enfrentarse a la discriminación por su etnia y por su género.

“Ustedes, trabajadoras domésticas, ¿usted qué va a creer? ¿Va a creer que la sociedad, les van a prestar atención en Colombia? Y más ustedes, siendo negras”, es la respuesta que escuchó en varias oportunidades cuando tocaron varias puertas.

¿Y cuándo una trabajadora doméstica va a pretender que se le pague un salario mínimo al igual que los otros trabajadores? Se preguntaba la sindicalista. Eso era con lo que se enfrentaba a diario. Y se volvía a cuestionar a sí misma, ¿y por qué no nos pueden pagar un mínimo, un salario que está establecido ante la ley? ¿Acaso el trabajo doméstico no es un trabajo? ¿Acaso no le aportan a la sociedad y hasta cuidando los hijos de otras personas? Yo ahí estoy aportando, porque entonces si yo no estuviera, ellos no se irían a trabajar.

Según la Defensoría del Pueblo, más de 3 millones de personas se dedican al cuidado no remunerado en Colombia, de las cuales, el 70% son mujeres. Y como Flora, de acuerdo con el Ministerio del Trabajo (2024), se calcula que cerca de 700 mil personas trabajan en servicio doméstico, siendo el 94% de ese porcentaje, mujeres. 

Sumado a las humillaciones, maltrato, acoso sexual o laboral, la informalidad, la discriminación por su etnia, no contar con seguridad social, lo que implica no gozar de un buen sistema de salud y no obtener una pensión en su vejez. Levantarse tipo 4 de la mañana y llegar en la noche a trabajar en el aseo de su hogar, dejar a sus hijos solos y verlos padeciendo la violencia estructural que no les permite tener sus necesidades básicas satisfechas; la motivó a contar los avances que han logrado al sindicalizarse.

Lo que hemos construido ha valido la pena. Tanto hemos ganado que le digo que en ocasiones nosotras teníamos a unas mujeres que las invitábamos al espacio y había unas que no se levantaban de la silla de pena, hasta que no terminábamos el taller, y ahora, en estos momentos, UTRASD ha hecho una transformación en las trabajadoras domésticas en los espacios que duran más de lo establecido, porque todas quieren hablar.

Darles voz a esas mujeres y decirles: “usted puede, usted tiene la capacidad de hablar, de expresarse y de poner sobre la mesa lo que ha aprendido, sus inquietudes y las claridades que ha ganado en este camino del sindicalismo”, ha sido transformador. Al convertirse en sindicalistas, muchas de nosotras hemos logrado cambiar la sociedad, no solo en Colombia, sino también a nivel internacional. Este trabajo que venimos realizando ha sido reconocido fuera del país; nos han invitado a otros lugares para contar nuestra experiencia, para relatar cómo empezamos en este mundo y cómo nos hemos convertido en ejemplo para que en otros países repliquen lo que hacemos aquí.

Desde UTRASD, hemos tenido un papel político muy importante. Claro, hay otros sindicatos que también luchan por los derechos de las trabajadoras domésticas, pero nosotras, en el tiempo que llevamos, hemos logrado posicionarnos. Hoy tenemos espacios de diálogo directo con actores políticos y, además, hemos construido nuestra propia escuela de formación, un espacio donde educamos a las compañeras en temas laborales y sindicales. Esa escuela es una realidad, es algo grande que hemos logrado.

Sabemos que aún nos faltan muchas cosas por conquistar, pero también es justo reconocer lo que hemos avanzado. Cuando miro atrás y veo cómo empezamos, cómo empecé yo, y me comparo con lo que somos hoy —con compañeras que se expresan, que salen a las calles, que inciden en las fechas conmemorativas, que levantan un pendón y se ponen una camiseta con orgullo diciendo: “somos trabajadoras domésticas y estamos aportándole a la sociedad”— siento que UTRASD ha logrado muchísimo. Hoy tenemos un reconocimiento bien estructurado ante la sociedad. Aún hay camino por recorrer, porque esto no se detiene. Tal vez mañana yo no esté, pero sé que hay mujeres que seguirán este legado y continuarán transformando el sindicalismo desde nuestro lugar.

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