Una pandemia nos tiene por estos días encerrados en nuestras casas, mientras tanto, ¿qué hace el gobierno?
Por Daniel Hawkins*
Existen dos Colombias: una para la que gobiernan, aumentando las ganancias, y otra, para la que solo quedan las migajas del modelo. La improvisación política es vergonzosa y la poca importancia que la gente otorga al porvenir es igualmente preocupante. La cotidianidad absorbe, tanto social como políticamente, y es por esto que la llegada del coronavirus, -Covid-19-, ha dejado a todos desnudos y descubiertos.
El mundo del trabajo y producción es, quizás, el escenario donde más brilla esta improvisación. Producto de 30 años con políticas económicas que priorizaron la mala inserción a la economía global, enfocando en exportar productos con poco o nulo valor agregado (petróleo crudo, y carbón, los más emblemáticos) y, en los últimos 20 años, la atracción de la inversión extranjera directa (IED) y el fomento de los Tratados de Libre Comercio (TLC). Este acumulado de políticas neoliberales dejaron, aun antes de la llegada del covid-19 al país, un déficit comercial y devaluación del peso históricos, niveles elevados de informalidad, desempleo, subempleo y precarios ingresos. Es decir, el dogma de otorgar gabelas para atraer la inversión no funcionó.
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Lo que llevó al confinamiento fue la carrera contra el tiempo para aplanar la curva del contagio por la pandemia mientras se fortalece el servicio e infraestructura hospitalaria, debilitada por el frágil estado de nuestro sistema de salud, privatizado y racionalizado para atacar costos más que pandemias. Pero la otra curva por aplanar surge de la suspensión de la mayor parte de la actividad económica del país, la cual ha causado una devastación en términos de ingresos para los trabajadores, los micros y pequeños empresarios y los millones de rebuscadores. Y aquí la disyuntiva mayor: la destrucción económica masiva, medida en desempleo y el cierre de negocios, se expresa en relativa tranquilidad en las grandes bolsas de Nueva York y Londres. En Colombia el caso no será distinto. En momentos de crisis ya sabemos que los platos rotos se pagan de la clase media hacia abajo; el ADN del Estado colombiano no está hecho para proteger a los vulnerables. Durante el siglo XXI los más consentidos del gobierno de turno han sido las grandes empresas mineras y el sector financiero a pesar de que estos dos sectores generan tan poco empleo. Lo que se producen son lucrativas utilidades para sus accionistas billonarios y grandes externalidades para la población local (daños ambientales de los mineros y endeudamiento a los banqueros).
Mientras tanto, de acuerdo con las cifras de la Cámara de Comercio y Confecámaras, para 2018, de los más de 1,6 millones de empresas registradas en el país, tan sólo el 0,42% eran grandes (con más de 251 empleados), el 1,32% medianas (entre 51 y 200 trabajadores), el 5,42% pequeñas (entre 11 y 50 trabajadores) y más del 92% microempresas (entre 1 y 10 trabajadores). Hace tan solo un par de años se estimaban que las micro y pequeñas empresas generaban el 67% del empleo de Colombia y aproximadamente el 28% del PIB. Otros han estimado que el imperio del hombre más rico del país, Luís Carlos Sarmiento Angulo, a través de su Grupo Aval, con presencia en casi todos los sectores económicos, generaba casi el 25% del PIB. ¡El mundo al revés!
Entonces es obvio que en este país enfrentamos dos mundos paralelos: por un lado, todas las noticias económicas y de negocios se concentran en los retos para las 100 o quizás hasta las 500 empresas más grandes del país y los dueños y accionistas de estas hacen las reglas de juego con sus aventajados equipos de lobbyistas, quienes invaden el Congreso día tras día, haciendo lo suyo. No se debe sorprender que ellos fomenten, tan poco trabajo en el país. Observando, los datos del RUES sobre las 50 empresas (no financieras) con más ingresos por venta en el año 2018, se encuentra la enorme desconexión de sus actividades y su aporte al trabajo, ya que, generan menos de 150 mil empleos, una cifra similar al aporte total del sector minero, al que erróneamente se refería Juan Manuel Santos como el “motor económico del país”.
La segunda Colombia es aquella dónde vive la mayoría, la de los 14,2 millones de hogares absorbidos en el rebusque diario. Ellas y ellos trabajan y montan sus negocios primordialmente por fuera de la economía política de la élite. El 65% de todos los más de 22 millones de ocupados no acceden a los tres regímenes de seguridad social básico. Casi 10 millones de esta población no tiene título educativo alguno y más del 66% de ellos obtuvo, en 2018, ingresos de igual o menos del salario mínimo legal. Peor aún, más del 30% de aquella población (estamos hablando de más de tres millones de personas) de trabajadores no pudo aumentar sus ingresos ni por más de un medio salario mensual (o sea, de $390 mil pesos mensuales). Y aquí ni se ha llegado a mencionar a los casi 1,5 millones de cuentapropistas profesionales.
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Se esperaría que en un país donde se venden “Pactos por la Equidad”, estos individuos pudieran prosperar o, por lo menos, ahorrar algo para momentos improvistos, pero el 15% de ellos, o sea, 776 mil personas no obtuvieron ingresos por más del salario mínimo. Estas cifras nos dibujan el panorama de vastas desigualdades en tierra colombiana, un problema más agudo que la pandemia que enfrentamos ahora. Pero los datos no visibilizan las subjetividades humanas ni las historias de lucha y aguante diario de millones de trabajadores y trabajadoras del país; estas se pierden en la búsqueda del sustento cotidiano porque cómo dice el refrán popular “quién hambre tiene, en pan piensa”. Pero el impacto económico de las medidas para enfrentar el coronavirus se está llevando ahora a una depresión tremendamente dura para tantas personas. Posteriormente, llegará el momento y los escenarios donde debamos reflexionar sobre cómo replantear una sola Colombia donde la política económica se haga para la gente y no para los banqueros y los dueños de las multinacionales. ¿Podremos llevar la reflexión al cambio necesario?.
*Director del proyecto Centros de Atención Laboral (CAL) de la Escuela Nacional Sindical (ENS): directorcal@ens.org.co