Por: Jana Silverman, PhD
Directora de Programas en Brasil y Paraguay, Centro de Solidaridad.
El 30 de octubre de 2007 todo el territorio brasileiro se transformó en un escenario de manifestaciones de júbilo nacionalista con el anuncio, por parte de la FIFA, de que este país suramericano había sido seleccionado como anfitrión de la Copa del Mundo en 2014.
Este triunfo para el país “patria de los guayos” fue interpretado no solo como un símbolo de aprecio para la selección pentacampeona, sino también como un reconocimiento del éxito de las políticas de inclusión social y económica promovidas por el entonces presidente Luiz Inacio “Lula” da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT); políticas que durante el periodo 2003-2009 fueron responsables de sacar 28 millones de brasileros de la pobreza y formalizar más de 5 millones de empleos, dando a la clase trabajadora un nuevo sentido de orgullo nacional.
Ahora, 6 años y medio después de este estallido alegre y a menos de dos semanas del inicio del Mundial, las manifestaciones en Brasil han tomado un rumbo distinto. A pesar de los avances sociales registrados por el gobierno del PT, que completa 11 años en el poder, la nueva generación de brasileros reclama mejoras con respeto a la calidad de la salud y educación pública, transparencia en el uso de recursos públicos, y mejor movilidad urbana en las congestionadas metrópolis del país.
La primera revelación de estos descontentos, luego amplificados y manipulados por las grandes medios de comunicación de conservadores como la Red Globo de televisión, fueron las protestas espontáneas de jóvenes que invadieron las calles brasileras durante la realización de la Copa de las Confederaciones en junio de 2013. Los manifestantes contrastaron los gastos públicos invertidos en la construcción de nuevos estadios exigidos por la FIFA, con las necesidades sociales aun presentes en materia de salud y educación, un reclamo que hizo eco en gran parte de la población. No obstante, la manifestaciones se fueron diluyendo con el tiempo, debido a la falta de liderazgo organizacional y poca coherencia ideológica.
Hoy, un año después de aquel brote de manifestaciones, ha surgido una nueva ola de protestas sociales. Aprovechando el estancamiento actual de la economía brasileira y la pésima imagen de los partidos políticos (de los cuales el PT es el más visible) la oposición mediática y partidaria ha entrado en campaña abierta contra el gobierno, frenando su agenda legislativa y difamando públicamente a sus líderes, en las vísperas no solo del Mundial sino también de los comicios presidenciales en octubre.
Asimismo, en los últimos meses han surgido “black blocks” de manifestantes de orientación anarquista, también en oposición al PT, que han sembrado las protestas con acciones de destrucción de propiedad pública y privada en ciudades como Río de Janeiro y Porto Alegre, bajo el lema de “#novaitercopa” (“#notendráMundial”).
Estos ataques con motivos políticos y electorales han coincidido con los reclamos de los trabajadores del sector público, quienes por ley no pueden recibir aumentos salariales en los 6 meses que preceden a la llegada de los nuevos gobernantes. Desde marzo se han desarrollado huelgas de agentes policiales, de profesores y trabajadores administrativos de la red de enseñanza pública, de trabajadores del aseo urbano, y hasta de los funcionarios de los consulados y embajadas fuera del país.
Por: Jana Silverman, PhD
Directora de Programas en Brasil y Paraguay, Centro de Solidaridad.
El 30 de octubre de 2007 todo el territorio brasileiro se transformó en un escenario de manifestaciones de júbilo nacionalista con el anuncio, por parte de la FIFA, de que este país suramericano había sido seleccionado como anfitrión de la Copa del Mundo en 2014.
Este triunfo para el país “patria de los guayos” fue interpretado no solo como un símbolo de aprecio para la selección pentacampeona, sino también como un reconocimiento del éxito de las políticas de inclusión social y económica promovidas por el entonces presidente Luiz Inacio “Lula” da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT); políticas que durante el periodo 2003-2009 fueron responsables de sacar 28 millones de brasileros de la pobreza y formalizar más de 5 millones de empleos, dando a la clase trabajadora un nuevo sentido de orgullo nacional.
Ahora, 6 años y medio después de este estallido alegre y a menos de dos semanas del inicio del Mundial, las manifestaciones en Brasil han tomado un rumbo distinto. A pesar de los avances sociales registrados por el gobierno del PT, que completa 11 años en el poder, la nueva generación de brasileros reclama mejoras con respeto a la calidad de la salud y educación pública, transparencia en el uso de recursos públicos, y mejor movilidad urbana en las congestionadas metrópolis del país.
La primera revelación de estos descontentos, luego amplificados y manipulados por las grandes medios de comunicación de conservadores como la Red Globo de televisión, fueron las protestas espontáneas de jóvenes que invadieron las calles brasileras durante la realización de la Copa de las Confederaciones en junio de 2013. Los manifestantes contrastaron los gastos públicos invertidos en la construcción de nuevos estadios exigidos por la FIFA, con las necesidades sociales aun presentes en materia de salud y educación, un reclamo que hizo eco en gran parte de la población. No obstante, la manifestaciones se fueron diluyendo con el tiempo, debido a la falta de liderazgo organizacional y poca coherencia ideológica.
Hoy, un año después de aquel brote de manifestaciones, ha surgido una nueva ola de protestas sociales. Aprovechando el estancamiento actual de la economía brasileira y la pésima imagen de los partidos políticos (de los cuales el PT es el más visible) la oposición mediática y partidaria ha entrado en campaña abierta contra el gobierno, frenando su agenda legislativa y difamando públicamente a sus líderes, en las vísperas no solo del Mundial sino también de los comicios presidenciales en octubre.
Asimismo, en los últimos meses han surgido “black blocks” de manifestantes de orientación anarquista, también en oposición al PT, que han sembrado las protestas con acciones de destrucción de propiedad pública y privada en ciudades como Río de Janeiro y Porto Alegre, bajo el lema de “#novaitercopa” (“#notendráMundial”).
Estos servidores públicos reclaman principalmente mejoras salariales, pero en el caso de la policía de la ciudad de Salvador de Bahía, también reclama la implementación de un Plan Nacional de Seguridad Pública que garantice mejores condiciones de trabajo.
Estos ataques con motivos políticos y electorales han coincidido con los reclamos de los trabajadores del sector público, quienes por ley no pueden recibir aumentos salariales en los 6 meses que preceden a la llegada de los nuevos gobernantes. Desde marzo se han desarrollado huelgas de agentes policiales, de profesores y trabajadores administrativos de la red de enseñanza pública, de trabajadores del aseo urbano, y hasta de los funcionarios de los consulados y embajadas fuera del país. Estos servidores públicos reclaman principalmente mejoras salariales, pero en el caso de la policía de la ciudad de Salvador de Bahía, también reclama la implementación de un Plan Nacional de Seguridad Pública que garantice mejores condiciones de trabajo.
Asimismo, la semana pasada, una disidencia del sindicato de los choferes y cobradores de buses en Sao Paulo dirigió una huelga que durante 48 horas dejó más de un millón de residentes de esta ciudad sin transporte. Sin embargo, se descubrió que gerentes de las empresas de transporte participaron activamente de las asambleas extraoficiales que antecedieron a la huelga, quedando la duda acerca de si esta acción fue más una retaliación contra el gobierno local (también comandado por el PT), que no permitió un aumento en el precio del pasaje el año pasado, que una protesta estrictamente sindical.
Se pronostica que la onda de manifestaciones oposicionistas continuará durante el Mundial que se inaugura el 12 de junio, generando miedo entre algunos militantes del PT sobre si estas huelgas podrían ser la puerta de entrada a acciones más contundentes contra el gobierno actual, de la misma manera que el golpe contra Pinochet en Chile fue precedido por un boicot de los transportadores de carga.
Por otro lado, se comienza a percibir el avance de la fiebre mundialista con la gran cantidad de banderas, camisas, y gorras verde-amarillas consumidas vorazmente en las tiendas de comercio popular en ciudades como Sao Paulo, indicando que la alegría vencerá el descontento, y sí: habrá Mundial en Brasil.
Asimismo, la semana pasada, una disidencia del sindicato de los choferes y cobradores de buses en Sao Paulo dirigió una huelga que durante 48 horas dejó más de un millón de residentes de esta ciudad sin transporte. Sin embargo, se descubrió que gerentes de las empresas de transporte participaron activamente de las asambleas extraoficiales que antecedieron a la huelga, quedando la duda acerca de si esta acción fue más una retaliación contra el gobierno local (también comandado por el PT), que no permitió un aumento en el precio del pasaje el año pasado, que una protesta estrictamente sindical.
Se pronostica que la onda de manifestaciones oposicionistas continuará durante el Mundial que se inaugura el 12 de junio, generando miedo entre algunos militantes del PT sobre si estas huelgas podrían ser la puerta de entrada a acciones más contundentes contra el gobierno actual, de la misma manera que el golpe contra Pinochet en Chile fue precedido por un boicot de los transportadores de carga.
Por otro lado, se comienza a percibir el avance de la fiebre mundialista con la gran cantidad de banderas, camisas, y gorras verde-amarillas consumidas vorazmente en las tiendas de comercio popular en ciudades como Sao Paulo, indicando que la alegría vencerá el descontento, y sí: habrá Mundial en Brasil.