Subir el salario mínimo. Por Francisco de Roux

Francisco de Roux

El sacerdote jesuita Francisco de Roux Rengifo, es una de las personas más respetadas del país en temas comunitarios campesinos y construcción de paz, como quiera que trabajó como investigador en el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), y por muchos años dirigió el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, cargo que dejó para asumir como provincial para Colombia de la comunidad jesuita.

De Roux, quien también es doctor en economía en la Universidad de la Sorbona en París, publicó el pasado 1° de abril el periódico El Tiempo una columna que tituló “Subir el salario mínimo”, que por considerar de interés replicamos en este espacio de la Agencia de Información:

Subir el salario mínimo

 

Francisco de Roux, sacerdote jesuita

La OCDE propuso subir el salario mínimo. Es importante enfrentar el asunto con teoría económica y desde la equidad y la dignificación del trabajo defendidas por los papas Francisco, Juan Pablo II y León XIII.

Este es el argumento para la discusión: el salario mínimo en Colombia, por ser muy bajo, causa inequidad, informalidad e ineficiencia. Debería subirse cada año por encima de la inflación, hasta llevarlo al nivel que termine con la injusticia en la remuneración del trabajo, y liberarlo de la indexación. El alza, así, elevará la formalidad, la eficiencia y el crecimiento por la expansión de la demanda agregada y producirá el consecuente efecto tributario.

La OCDE busca elevar el salario mínimo, que perpetúa la inequidad y frena el crecimiento, y para evitar la inflación sugiere el aumento diferente por regiones. Pero se equivoca porque funda el efecto inflacionario en la ausencia de diversidad regional. Cuando este efecto se produce por la utilización del salario mínimo como índice de los demás salarios en el sector público y de cesantías, remuneraciones, tarifas, multas y un sinnúmero de precios.

Por esta indexación, el alza del salario mínimo es regresiva en la distribución del ingreso. En 2016, por ejemplo, el alza del salario mínimo de 7%, significó un aumento de $45.000 mensuales para quienes lo ganaban, mientras que los congresistas, por efecto de la indexación, tuvieron un alza de más de $2 millones mensuales, que resultó tan escandalosa que la protesta contra ellos todavía continúa. Este es el efecto de la indexación, que, como dinámica inflacionaria y de desigualdad injusta, se desplaza por toda la economía.

Lo razonable es cortar la conexión institucional que hace del salario mínimo un índice, para poder subirlo. De lo contrario, la lucha sindical por subir el mínimo cada año seguirá siendo para aumentar más los salarios del Congreso y de las Cortes y hacer inflación contra los pobres.

Los análisis de encuesta de hogares, a nivel macro, dan una relación directa entre salario mínimo bajo, desempleo, informalidad y baja productividad. A nivel micro, los hogares de cuatro miembros, dependientes de una sola persona que gana $737.000 este año, para poder tener la canasta familiar necesitan que el que trabaja haga oficios complementarios a costa de su salud y productividad. Y las familias más grandes ofertan todos los recursos de trabajo necesarios, hasta lograr la canasta, en una oferta de angustias que genera una participación inmanejable y mantiene alto el desempleo.

Quibdó, con 18%, y Agua Blanca, en Cali, con más del 25% de desempleados, son muestras de esta realidad. Mientras allí y en otras partes los jóvenes, no pocas veces, encuentran ocupación en la extorsión y el microtráfico. Más grave aún: estas personas quedan clavadas en la informalidad, que este año alcanzó casi el 50% en las 23 ciudades mayores, la gran mayoría trabajadores por cuenta propia, sin seguridad social. Para configurar una productividad global de la economía colombiana, que es la mitad de la de Chile y tres veces inferior a la de la OCDE.

Un salario mínimo robusto produce el efecto contrario. Evita la participación inmanejable que busca cualquier ocupación; eleva la retención escolar, técnica y universitaria; acrecienta la formalidad, estimula la productividad; y levanta el crecimiento de la economía. A largo plazo, da ahorro y capital productivo a las familias para salir de la pobreza.

Muchos economistas no captan esto por los supuestos que usan. Pero cuando se vive en los barrios populares, entre familias de bajos ingresos, se hace evidente la relación entre la remuneración indigna, la caída del respeto, la inseguridad ciudadana y los problemas de una economía que se empeña en mantener la indexación.

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