Plataformas digitales: relación laboral disfrazada

(Foto tomada del eleconomista.com.mx)

Las plataformas digitales pretender hacernos creer que quien para ellas trabaja es un emprendedor, una persona que busca autonomía económica e independencia laboral.

Por Jorge Coronel López. Economista. Profesor universitario e investigador ENS.

La falta de puestos de trabajo ha llevado a que cada vez más personas se vean obligadas a trabajar por cuenta propia, al tiempo que las reformas que han flexibilizado las relaciones laborales en el país contribuyeron a precarizar el empleo: 4 de cada 10 ocupados trabajan por cuenta propia, y 5 de cada 10 tienen un empleo vulnerable. Hoy, cuando las plataformas digitales aparecen como una supuesta oportunidad de empleo, lo que están haciendo es coadyuvando tanto a lo uno como a lo otro.

Crece la falsa creencia de que el trabajador por cuenta propia es un emprendedor, y se vende la idea de que es un empresario de sí mismo, que puede manejar su tiempo, trabajar cuando lo desee, incluso cotizar a su seguridad social si lo considera y ‘descansar’ cuando estime necesario. Pero eso sí, sin devengar ingresos.

Las plataformas digitales pretender hacernos creer que quien para ellas trabaja es un emprendedor, una persona que busca autonomía económica e independencia laboral. Se han atrevido a afirmar que las personas que llegan a trabajar en su app manifiestan inconformidad con el mundo laboral, y que se refugian allí por ser la mejor alternativa, a sabiendas de que llegan por falta de oportunidades, exclusión, rechazos y estigmatizaciones laborales, falta de democratización, entre otras razones.

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Las plataformas digitales sostienen que es muy fácil trabajar para ellas, basta tener documento de identidad y un medio de transporte cuando es para mensajería. En otras palabras, lo que piden es que pongan capital y su mano de obra. Conviene recordar que en el modo de producción capitalista el capital es justamente aportado por el capitalista, y la fuerza de trabajo le corresponde al trabajador, luego estamos ante un nuevo modo de producción más agresivo que el vigente.

Pero, además, no tienen un salario fijo, ni mínimo. La empresa les impone cuánto cobrar por servicio, no les exige seguro de riesgo, ni protección social, tampoco seguro contra robo para proteger lo transportado. Los daños de su medio de transporte o de su equipo de comunicaciones –herramienta vital de trabajo– debe asumirlos el trabajador, así como los gastos médicos en caso de accidente. No tienen vacaciones, pues perderían ingresos, y la empresa los controla desde su plataforma digital.

No siendo poco, los ‘incentivan’ económicamente para que traigan más recomendados, tal vez sin percatarse de que al ingresar más personas las probabilidades de atender un servicio son menores, obligándolos a trabajar más horas. El poder de la plataforma es tal, que en caso de reclamos del trabajador o alguna queja, lo bloquean y no le solucionan el problema.

Para sensibilizarnos frente al tema convendría formular las siguientes preguntas, en aras de confrontar la idea de que son emprendedores, empresarios de sí mismo o trabajadores autónomos: ¿quién controla los servicios, los tiempos de los mismos y al trabajador en sí? ¿Quién es el dueño de la plataforma? ¿El trabajador es dueño de alguna plataforma o controla algún medio digital que demuestre su estructura empresarial asociada a la actividad que realiza? ¿Quién fija el precio? ¿Qué imagen corporativa lleva el trabajador consigo: una marca propia o la de la plataforma? ¿Quién realiza y conoce los convenios empresariales que se establecen y se ofrecen en las plataformas? ¿Quién conoce y controla la cantidad de pedidos?

Resolver estos interrogantes nos tiene que llevar a pensar que es increíble creer que un trabajador que no controla nada, que no se representa a sí mismo, que ni siquiera fija el precio de su servicio y que no tiene alguna estructura empresarial que lo justifique, pueda ser presentado como un emprendedor, cuando a todas luces está siendo explotado.

Este es el tipo de ‘empleos’ que están emergiendo. Pero habrá que irlos poniendo en cintura, como acaba de ocurrir en Valencia, España, donde el juzgado 6º, mediante Sentencia Nº 244/2018 del 1º de junio, le concedió el estatus de trabajador a quienes trabajaban para la empresa Deliveroo, a la que condenó a pagarle a un trabajador la respectiva indemnización debido a un despido improcedente.

El auge que se aprecia sobre este tipo de empleos es el reflejo de una incapacidad de encontrar alguna política idónea que permita dignificar el trabajo y evite la explotación, la precarización y el empobrecimiento de los trabajadores. Parece que no se quiere encontrar un método que permita un trabajo decente.

Todo indica que hay muchos obstáculos por remover: uno es el paradigma de que para competir se requieren bajos costos, incluido el de la mano de obra; otro es la confianza excesiva en el crecimiento económico como un objetivo, del cual se desprenderían los nuevos empleos, la reducción de la pobreza y la superación de la desigualdad. Esta idea nos está impidiendo ejecutar políticas sociales más focalizadas y efectivas, al tiempo que no queremos aceptar el equívoco en el que estamos.

El nivel de precariedad laboral que tiene el país demuestra el fracaso de las políticas de desarrollo y de empleo, pero también pone de relieve el desastre dejado por el modelo económico imperante. Literalmente, cualquiera que sea el sueño de país, sea la paz, la justicia social u otro, está volando en pedazos. No se ha querido entender que la estrategia política de privilegios sesgados a una élite, lo que hace es concentrar los poderes productivos y las distribuciones de renta. Luego, insistir en dicha estrategia al tiempo que emergen plataformas digitales y ciertos empleos que son a todas luces precarios, es un grave error que seguirá pasando factura, no solo en el desempleo, en los niveles de pobreza, en la persistente desigualdad o en la informalidad, sino aún peor: en los suicidios, en la destrucción de hogares, en el consumo de drogas, en las relaciones con la ilegalidad y el crimen.

Y no son exageraciones. Bastaría con preguntarse de dónde se alimenta la delincuencia y el crimen organizado. ¿Cuántos suicidios tienen como motivo la decepción laboral y las angustias económicas? ¿Cuántos matrimonios se lesionan y se arruinan por falta de oportunidades laborales? ¿Qué ‘beneficios’ está ofreciendo la ilegalidad para capturar ejércitos de reserva y luego imponer barreras para sacar a las personas de allí? ¿Qué se lograría si reconstruimos las relaciones laborales en función de derechos y se corrigen las flexibilizaciones otorgadas?

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