Lo que está en juego con la huelga de Acdac

Por Alejandro Parra G. Profesional del Área de Organización y Fortalecimiento Sindical de la ENS.

Una de las certezas que los economistas y técnicos que diseñaron la arquitectura del orden global neoliberal albergaron desde siempre, fue que el trabajo, los trabajadores, tenían demasiado poder.

Alejandro Parra G.

Sin embargo, el consenso social de la segunda posguerra en Europa para conjurar la posibilidad de futuros conflictos y la edad de oro del desarrollo capitalista en Estados Unidos que fue su correlato, tenían algo en común: había que garantizar un mínimo de ingreso y bienestar material a millones de trabajadores en ambos lados del atlántico que, de otro modo, habrían intentado morder la manzana de la revolución y el socialismo. Sabedores como eran los centros de poder de que nada es más explosivo que una profunda desigualdad social basada en una inequitativa distribución de los frutos del trabajo.

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En este caldero se cocinaron los más importantes desarrollos en materia de mecanismos de protección y defensa de los trabajadores de los últimos 60 años en el mundo, que incluyen la célebre Declaración de Filadelfia y la adopción de los convenios 87 y 98 por parte de la OIT en 1948 y 1949, que por extensión, y en medio de intensos debates, llevó a los diferentes órganos de esta organización a perfeccionar el concepto de libertad sindical, el cual evolucionó hacia un núcleo compuesto por tres derechos concurrentes e interdependientes: asociación, negociación colectiva y ejercicio de la huelga.

La desaparición progresiva del enemigo socialista atenuó el recato del capital, que después de casi 50 años de avances del derecho protector en materia laboral, vio en los 80 su gran oportunidad para arrebatar a los trabajadores el poder amasado durante el siglo XX. ¿Cómo lo hicieron? A través de la financiarización y el auge del crédito de consumo para sustituir el congelamiento de los salarios, de las medidas de desmonte de la estabilidad laboral con políticas de “flexibilización”, de la competencia mundial basada en bajos salarios como requisito para recibir los flujos de inversión extranjera, y de la perdida de la centralidad del trabajo y los trabajadores como constructores de la riqueza en el imaginario mundial.

Pero la gran derrota simbólica de los trabajadores como factor de poder en la relación obrero patronal, fue precisamente la destrucción de una huelga: la de los mineros del carbón en el Reino Unido entre 1984 y 1985 por parte de Margaret Thatcher.

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La huelga bajo ataque hoy

En medio de la elección Guy Ryder –de origen sindical– como nuevo director general de la OIT en 2012-, los empleadores desataron una guerra preventiva en la OIT, afirmando que de facto la huelga no hace parte de los derechos de libertad sindical, pues tal expresión no está referida en los convenios que aluden al tema, especialmente el convenio 87. Tal acto de cinismo fue una nueva vuelta de tuerca en la eliminación progresiva de los mecanismos de contención y reparación a violaciones de derechos básicos en el trabajo, preludio, además, del manejo de la crisis económica mundial profundizada desde 2008, basada en usar como “estabilizador” a los trabajadores, despojándoles de sus garantías y derechos cuando hay que pagar las pérdidas habidas en el casino global.

Hoy en la OIT los empresarios mantienen una suerte de censura sobre la revisión de reclamos ante los organismos de control relacionados con huelga, chantaje que deja en grave estado de desprotección a las luchas de los trabajadores en el mundo.

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Colombia tiene uno de los ambientes más restrictivos para el ejercicio de la huelga. En este país los empresarios la desmontan ilegalmente con el respaldo del Ministerio de Trabajo, y el aparato judicial la prohíbe y la castiga gravemente en la mayoría de los casos; todo por causa del caduco Código Sustantivo del Trabajo y su grave restricción desde la Constitución del 91, cuyo artículo 56 fue usado para prohibir totalmente la huelga en los servicios públicos considerados esenciales. Al respecto hoy subsisten protuberantes omisiones legislativas.

El significado de la huelga de ACDAC

El cese total de actividades de más de 700 pilotos de Asociación Colombiana de Aviadores Civiles, ACDAC, desde el pasado 20 de septiembre, es consecuencia de catorce años de abusos, despojo de derechos, conductas ilegales y avaricia, originados con las medidas de reestructuración que en 2003 puso en marcha la compañía como prerrequisito para que Germán Efromovich invirtiera en una empresa a las puertas de la quiebra.

Ver respuesta de pilotos de ADCAC a ultimátum de Avianca:

Tanto Avianca como los pilotos sabían que, tarde o temprano, la huelga sucedería, como consecuencia inevitable de la imposición de un pacto colectivo ilegal, la consecuente negativa a negociar a plenitud con los pilotos sindicalizados, y la sistemática violación del Reglamento Aeronáutico colombiano por parte de Avianca como estrategia para maximizar sus ganancias.

La justeza de la huelga no está en discusión e incluso, para gusto de algunos, ésta tardó en darse. El debate sobreviene en relación con su legalidad, y es ahí donde el destino de la huelga de ACDAC señala el destino de la libertad de huelga en Colombia, lo que hace que este conflicto colectivo sea especial.

La huelga de los pilotos de Avianca es un “momento de verdad” para la libertad sindical en el país, pues de su eventual declaratoria de ilegalidad en la Corte Suprema de Justicia pende la posibilidad de la huelga en el futuro, bien sea para reivindicar un pliego de peticiones (huelga contractual), o para confrontar abusos de parte de los empleadores (huelga imputable al empleador).

La Confederación Sindical Internacional (CSI), en su alegato jurídico para reivindicar la libertad de huelga en la OIT a propósito del intento de destrucción de este derecho por parte de los empleadores en 2012, recordaba que, de acuerdo al tribunal federal alemán del trabajo en sentencia proferida en 1980, sin el derecho de huelga la negociación colectiva se reduce al derecho de mendicidad colectiva, pues deja sin herramienta alguna a los trabajadores para obtener sus propósitos, privándoles de su derecho a exigir mediante el único medio eficaz del que disponen: cesando la producción.

De hecho  la huelga está limitada de facto en casi todos los sectores de la producción en Colombia, por el simple hecho de que la mayoría de los sindicatos del país han sido reducidos a su mínima expresión por la ofensiva neoliberal y la violencia. La última esperanza es la posibilidad de su ejercicio por parte de grandes sindicatos en la economía de servicios.

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Se busca además usar como lección para los trabajadores del país el anuncio de la monopólica aerolínea Avianca, en el sentido de hacer que los pilotos paguen con su puesto de trabajo por retar su poder, sin descartar que se busque la disolución y liquidación de ACDAC y el pago de valores económicos por parte del sindicato por los perjuicios provocados durante el cese de actividades laborales.

La huelga de ACDAC es pues un frente de choque contra el intento del empresariado de hacer desaparecer por completo la huelga, por la infame vía de convertirla en un campo minado para cualquier sindicato que se atreva a practicarla, pero eso sí, manteniéndola declarativamente como derecho en el marco jurídico. De allí que este conflicto haya despertado solidaridades tan diversas dentro y fuera el país, y esté destinado a sentar un precedente determinante para todo el sindicalismo colombiano.

La sensación reinante entre las organizaciones de trabajadores, es que si ACDAC pierde, perdemos los trabajadores una batalla política, reivindicativa, jurídica y simbólica de la que será muy difícil reponernos.

Qué viene después de la huelga

Foto Las2Orillas.

En tiempo récord, el pasado 6 de octubre el Tribunal Superior de Bogotá declaró ilegal en primera instancia la huelga de los pilotos, una muestra del aplastante poder que Efromovich y su compañía ejercen sobre la justicia y la percepción ciudadana del conflicto, aupada por los grandes medios de comunicación, que han mostrado a los pilotos, ya no solo como personas avaras que piden lo imposible, sino como abiertos delincuentes.

Es deseable que tal decisión sea revocada en la sala laboral de la Corte Suprema, como un gesto para reforzar las mínimas garantías para la participación y la protesta que hoy busca el movimiento social y sindical, a propósito del posacuerdo de paz y la implementación de medidas derivadas de la negociación con las insurgencias.

El mensaje de fondo que se percibe en este conflicto laboral de los pilotos, uno de los más visibles tras la firma de la paz con las FARC, es que la arremetida contra los derechos ciudadanos continuará, pero trasladada a los estrados judiciales y la opinión pública. Es un ejemplo patente de que las clases dominantes tradicionales no han renunciado a su agenda estratégica, como algunos presagiaron. Tiempos de agitación social y aguda lucha esperan a los trabajadores.

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