La “sirvienta” y la japonesa. Crónica A propósito de la conmemoración del 8 de Marzo

(Foto tomada de mitrabajosocial.com)

Este 8 de marzo los movimientos feministas y las organizaciones de trabajadoras del mundo conmemoran y reivindican, una vez más, las luchas por la defensa de sus derechos. Es una fecha para alzar la voz contra la discriminación y todo tipo de violencia contra las mujeres, para denunciar las brechas que prevalecen en los distintos ámbitos, especialmente en el laboral.

Una fecha para reivindicar el enorme valor de las mujeres. “Si las mujeres paramos, se para el mundo”, es precisamente el lema de la que han llamado “Huelga Feminista”, una convocatoria de carácter global que hoy se desarrolla en 141 países del mundo.

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Y también una fecha para denunciar casos de explotación en contra de las mujeres trabajadoras. Por eso hoy queremos hacer visible un caso documentado por la ENS en Cartagena durante una investigación sobre el trabajo doméstico; un oficio en el que la explotación y discriminación contra las mujeres sigue vigente, y en el que éstas, desde el silencio y la soledad de las cocinas, viven por lo general desprotegidas y en muchos casos abusadas.

Es el caso de Antonia Ríos, una mujer de origen campesino y piel oscura, nacida en los Montes de María, entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Nos contó lo que le pasó cuando tenía doce años, edad en la que fue reclutada –si se puede llamar así– por Ayumi, una ciudadana de origen japonés, propietaria de una pensión estudiantil en Cartagena.

Antonia vivía con sus padres en la parcela que éstos tenían en una vereda de los Montes de María, y era la mayor de sus seis hermanitos. Hasta cuando Ayumi casualmente fue a la vereda en compañía de su esposo, y allí la conoció. Al ver que se trataba de una niña despierta y juiciosa le propuso a su madre que se la entregara en adopción, con la promesa de educarla y darle un buen cuidado en Cartagena. Oferta que la madre aceptó, dada la extrema pobreza en que vivía la familia. Antonia también aceptó gustosa, creyendo que cualquier otra vida era mejor que la que llevaba en la finca.

Pero en Cartagena Antonia no va a ser objeto de ningún cuidado por parte de la japonesa, quien no la matriculó en la escuela, como prometió, sino que la puso a trabajar en la pensión como ayudante de cocina, en la preparación de alimentos para veinte estudiantes. Además, le tocaba ayudar a lavar ropa, barrer la casa y servirle la comida al último estudiante que llegara en la noche. Sólo entonces podía irse a dormir.

Adicionalmente debía cuidar a los dos pequeños hijos de Ayumi cuando ésta no estaba en casa. Durante varios años fue ella quien los crio y los amó como si fuera sus propios hijos, dice.

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En retribución, la japonesa le daba algo de dinero, que Antonia le enviaba a su madre a los Montes de María. También ocasionalmente le permitía ir a visitarla.

Pero lo que más la mortificaba –recuerda– era el trato racista y discriminatorio de la japonesa hacia ella, debido más que todo al color oscuro de su piel. No reconocía que la tenía en adopción. Cuando le preguntaban si Antonia era pariente suya, contestaba que no, que era su ayudante. Y cuando la visitaban unos parientes que vivían en Estados Unidos, Ayumi le pedía que permaneciera uniformada y resguardada en la cocina, que no se apareciera por la sala.

Ocasionalmente Antonia le prestaba servicios a otra japonesa, una hermana de Ayumi, también residenciada en Cartagena, donde recibía un trato mejor. Y donde conoció al hombre del que se enamoró y será el padre de sus hijos. Éste era un familiar de la japonesa, recién llegado de Italia, con quien en principio sostuvo una relación clandestina, hasta que todo se destapó y terminaron casándose. Contra la voluntad acérrima de la familia del hombre, que hizo todo lo posible para evitarlo.

Recuerda que el día de la boda una de las tías reaccionó airadamente, le desgarró el vestido de novia y le propinó una cachetada. Porque, según dijo, no iba a permitir que una “sirvienta” se metiera en la familia. Finalmente logró superar la animadversión familiar y conformar una familia con el italiano, con quien tuvo tres hijos. Pero su convivencia duró apenas algunos años, terminaron separándose.

Tras su separación Antonia buscó empleo en el servicio doméstico, pues no sabía hacer otra cosa. Trabajó en varias casas con distintas patronas, y no en todas le fue bien. Padeció incluso agresiones sexuales, cuando trabajó en casa de una familia de guajiros conformada por tres hermanos, cantantes ellos, y también contrabandistas. El caso es que la mamá de ellos pretendía que, aparte de cocinar, limpiar y mantener organizada la casa, se acostará con el menor de sus hijos, que fuera su objeto sexual. Cuenta Antonia que una noche, con la venia de su madre, este sujeto se le pasó a su cuarto y trató de desnudarla. Ella se resistió y gritó todo lo que pudo, hasta que los otros hermanos acudieron en su auxilio.

Después, con los años, Antonia pudo estudiar, hizo cursos y aprendió a defenderse en otros oficios. Y en eso le reconoce algún mérito a la japonesa, quien, si bien no la entró a la escuela de niña, sí le enseñó muchas cosas. “Si esa señora no me hubiera enseñado, quién sabe qué fuera yo hoy en día”, dice.

Hoy, a sus 45 años de edad, Antonia logró salir adelante en su vida, con algunos momentos de suerte, como cuando tuvo su propio restaurante, porque el fuerte de ella es la cocina. Pero no le duró, lo tuvo que vender.

Vive con sus hijos, que son su adoración. Logró darles una buena infancia y la educación escolar que ella no tuvo, o mejor, que la japonesa le robó. Porque ella no tuvo niñez, dice. Desde los doce años no conoció otra cosa que el trabajo; o desde antes incluso, porque en casa de sus padres era ella quien cuidaba de sus hermanitos y hacía los oficios de la casa.

En la actualidad trabaja como empleada en una tienda, en el horario de siete de la mañana a seis de la tarde. Devenga el salario mínimo limpio, sin derecho a desayuno y almuerzo, dice.

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