De cómo Silfredo, presidente de Sintraimagra Ciénaga, superó el coronavirus

Silfredo Torres. Captura de Yoputube

Siquiera salimos ya de ésta, que fue bien dura”, comentó Silfredo Torres Romero tras ser dado de alta de la clínica donde estuvo ocho días recluido por cuenta de los achaques del coronavirus. Y lo dice en plural, porque el contagio también alcanzó a esposa y su hija, por fortuna ya todos fuera de la fase crítica.

Silfredo tiene 55 años de edad, los últimos 25 como operario de Gradesa S.A, empresa productora de aceites, grasas y derivadas de la palma africana, localizada en inmediaciones de Ciénaga, Magdalena. Y de esos 25 años con la empresa, los últimos 6 ha sido dirigente sindical. Actualmente preside la Subdirectiva de Sintraimagra en esta localidad.

El sector palmero ha mantenido ininterrumpida su actividad durante la pandemia, con limitaciones en la parte de la bioseguridad ante el virus, esto es: en las plantaciones y plantas de producción se ha hecho lo que las empresas han dicho que pueden, no lo que los trabajadores han exigido para sentirse protegidos, por lo que ya se han presentado algunos brotes de contagio del Covid-19. Silfredo es el primer líder sindical que lo contrae, por fortuna sin consecuencias fatales.

Pero no fue por el lado de la empresa que presume le entró el contagio, sino por el lado de su hija, quien trabaja en Ciénaga como enfermera en una clínica privada. Fue la primera en anunciar síntomas: dolor en el cuerpo y desaliento general. Eso fue el sábado del último puente festivo de junio, y al lunes ya Silfredo estaba en las mismas, con síntomas parecidos pero en más baja intensidad.

El martes continuó estable, con tendencia a mejorar, por lo que se sintió con alientos para ir a trabajar a su empresa, donde pasó la toma de temperatura corporal que ésta ha adoptado por protocolo de bioseguridad para todo el que ingresa a sus plantas de producción. Y eso le dio cierta tranquilidad, el maldito bicho no estaba en su cuerpo, pensó.

El miércoles amaneció igual, con razones para sentirse optimista, y fue a trabajar. Pero al final de la mañana lo llamó su hija para informarle que de la oficina que maneja el tema del Covid-19 llamaron a decir que estuviera en su casa a las 5 de la tarde, hora en que irían a hacerle la prueba a toda su familia, ya que su caso era sospechoso de positivo para el virus. Su hija, enfermera al fin de cuentas, lo había reportado desde el mismo momento en que sintió síntomas.

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A Silfredo la empresa le concedió el permiso para desplazarse a su casa para la prueba, que en efecto les hicieron a la hora señalada. Cuatro días después recibieron el resultado: los tres: él, su hija y su esposa, de 51 años, positivos. De modo que les indicaron los protocolos a seguir en el asilamiento riguroso que les impusieron en su casa, y les prometieron que volverían a hacer visita de revisión.

Nunca volvieron a la tal visita, mientras el virus avanzaba al interior del organismo de la familia de Silfredo, en menor efecto en su esposa y su hija. Él fue el más damnificado por el bicho. Se le subió la fiebre, el dolor corporal se le intensificó, por lo que tenía que permanecer en la cama quieto en primera, pues por donde se moviera le dolía. También empezó a sentir dolor en la garganta y el paladar, y falta total de apetito. Ni la sopa le pasaba.  

“Me asusté tanto, que hasta lloré”, confiesa Silfredo. En cualquier caso, dice, nunca había tenido una gripa tan fuerte, imposibilitado por completo para moverse.

Ante la complicación de su estado su hija buscó la ayuda de sus compañeros de la clínica, quienes interpusieron sus buenos oficios y lograron internarlo y dejarlo en observación a partir del 25 de junio. Le hicieron una placa y le detectaron neumonía, que le trataron y controlaron con medicinas, sin necesidad de pasarlo a una unidad de cuidados intensivos. Una semana permanecerá aislado en la clínica.

Hoy Silfredo está de nuevo en casa, herméticamente encerrado como todos los suyos, siguiendo con juicio los protocolos de aislamiento y bioseguridad y tomando los medicamentos indicados mientras el virus desaparece de sus vidas. Su incapacidad médica va hasta el 8 de julio, de modo que está a la espera de que le practiquen una nueva muestra para ver si esta libre del virus y pueda regresar a su puesto de trabajo.

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La empresa y el coronavirus

Gradesa es una empresa de mediana edad, tiene 27 años de existencia; y es tamaño medio, ocupa 350 trabajadores, en su mayoría con contrato directo, pocos tercerizados . Y esa es la otra preocupación de Silfredo: que la empresa implemente las medidas de bioseguridad adecuadas.

Considera que las que ha implementado “son pañitos de agua tibia”. Se ha limitado a la dotación de mascarillas, instaló una cabina de desinfección y puestos con geles y desinfectantes, también ha hecho pruebas rápidas para tratar de detectar el virus, pero no son garantía de nada. Y eso le preocupa como trabajador y como dirigente sindical, cabeza de los 56 trabajadores que conforman la subdirectiva de Sintraimagra Ciénaga.

Dice que la segunda semana de junio un compañero, residente en el municipio de Pueblo Viejo, debió ser aislado porque dio positivo para el coronavirus, y su padre y otra pariente habían muerto por casos sospechosos de contagio. A raíz de esto, el sindicato cursó peticiones a la empresa para exigir refuerzo de los protocolos de bioseguridad. Luego se dio el caso suyo y se cree puede haber más trabajadores infectados, unos diez, que han presentado síntomas sospechosos.

Marely Cely, directora del Centro de Atención Laboral de Puerto Wilches, ha tenido contacto virtual con Sintraimagra Ciénaga para asesorarlos en temas de bioseguridad y protección de derechos laborales, dice que hay una especie de brote del virus y el sindicato considera que la empresa no hace los protocolos necesarios, situación que se puede generalizar a todo el sector de la palma.

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“El mayor riesgo no está tanto en los puestos de operación en las plantas de producción, sino en el relacionamiento de los trabajadores. En el transporte, por ejemplo, y en las colas que hacen”, agrega.

Muchos trabajadores se transportan a la empresa en sus propias moto y bicicletas, para los otros hay unos vehículos a los que no solo se montan los obreros de la empresa, con muy poca distancia sanitaria, sino gente del municipio y personas extrañas, y eso es un riesgo.

Le abona a la empresa el hecho de haber mantenido su producción durante la pandemia y no haber rebajado derechos laborales a sus trabajadores. Tampoco ha habido suspensiones de contratos ni despidos. Sí intentó la empresa hacer una colecta de dinero entre todos sus trabajadores y empleados para hacer un fondo de ayuda a las familias vulnerables de Ciénaga. El sindicato emitió un comunicado oponiéndose a que esa ayuda solidaria saliera de sus flacos salarios, e instó a la empresa a que lo hiciera por su cuenta.

Lo que no quiere decir que los conflictos laborales en esta empresa, con o sin pandemia, no están al orden del día. En febrero, por ejemplo, despidieron a cinco trabajadores que pertenecían al sindicato. Y desde hace 6 años, inmediatamente después de que éste se creó, la empresa montó un pacto colectivo para maniatar y acorralar al sindicato. Y a fe que lo viene conseguiendo. Hoy el pacto colectivo y la convención colectiva ofrecen prácticamente lo mismo: muy pocos beneficios, afirma Silfredo Torres.

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